PENSAR
LO PROPIO
Somos una sociedad que
naufraga en un mar de contradicciones casi permanentemente. Lo hacemos de
manera cotidiana y con total naturalidad. Se hacen marchas pidiendo por
justicia, pero qué es lo que se pide realmente, si cuando la justicia se expide
de manera diferente a la deseada, se la acusa de “injusticia”. Entonces lo que
se requiere verdaderamente es “venganza”.
Todas las naciones del
mundo necesitan, del pueblo que las componen, que inviertan y fortalezcan el
mercado interno, que sus empresarios, comerciantes e industriales no evadan ni
eludan sobre las cargas tributarias que les corresponde, que inviertan
intrafronteras, que se mantenga activo el mercado laboral, empresarial,
manufacturero y turístico del país, para lo cual es imprescindible que haya una
importante fuente de trabajo con salarios dignos que permitan a la clase
trabajadora construir o comprar su vivienda, comprar su auto y renovarlo cada
tanto, para lo cual se hace necesaria la cultura del ahorro y el crédito en
moneda de curso del país. De este modo el mercado interno se convierte en el
pilar económico y el comercio internacional en los auxiliares que ayudan en el
engrosamiento del PBI liquidando las divisas, lo más pronto posible, en el
Banco Central, y con el pago de tributos y derechos de la importación.
En cambio en nuestra
sociedad esas cosas no suceden, antes bien, todo lo contrario. Aquí la evasión
fiscal es considerada una “viveza criolla” y se practica con impunidad, las
divisas no se liquidan sino hasta que el exportador lo considere necesario, sin
tener en cuenta los perjuicios a la nación. Los aportes patronales se hacen
salteados o no se hacen, se prefiere el trabajo informal, la clase media
acomodada vacaciona en el exterior, la clase media alta compra en forma
electrónica artículos importados, y los que se arman alguna capacidad de
ahorro, lo hacen en moneda extranjera. Para que un banco otorgue un crédito al
consumo se debe demostrar que no se lo necesita, y se devuelve con creces. Y
así gira casi constantemente la calesita económica/política/social de este
país.
Eso sí, no tenemos
ningún empacho en manifestarnos contra los funcionarios. Con razón. Pero la
pregunta que nunca me respondió nadie es si esos funcionarios fueron traídos
por algún objeto volador no identificado y depositados sobre la faz de nuestro
país, o si surgieron por generación espontánea, o si acaso, son extranjeros que
se apropiaron de los cargos y las funciones.
Es que la respuesta
requerida, la única que cabe, es desagradable a nuestros oídos. Es la que no
deseamos escuchar, la que no queremos conocer. Porque esos funcionarios,
dirigentes, gobernantes, han salido de las entrañas mismas de nuestra sociedad,
han sido forjados en nuestras escuelas y facultades, con la influencia de
nuestras constelaciones culturales, los hemos ungido en sus cargos por nuestra
propia determinación. Es decir que siempre, unos u otros, han respondido a lo que
el pueblo ha manifestado que los representa, a través de las urnas. Que así
funciona el sistema democrático.
Ahora, el hecho de que
hayan sido elegidos por la mayoría no quiere decir que garantice que sean la
mejor opción. Hitler y Mussolini también fueron elegidos del mismo modo.
La democracia es un
método mediante el cual el pueblo gobierna a través de sus representantes. Esto
quiere decir que el elegido se yergue allí con el mandato del pueblo. Pero
claro, no elegimos a uno solo. Elegimos concejales, intendentes, gobernadores,
diputados, cenadores, un presidente. Pero después de elegidos los abandonamos a
la buena de Dios, que hagan ellos lo que crean que es más conveniente, que para
eso fueron elegidos. Y ahí se rompe el primer engranaje fuerte de la
democracia. El pueblo nunca debe abandonar a sus representantes, debe
acompañarlos, seguirlos, controlarlos. Confirmar, de alguna manera, que están
verdaderamente haciendo aquello que nos interesa y representa. Hay legisladores
que han pasado toda su vida legislativa presentando proyectos totalmente
innecesarios o sin presentar alguno. Entonces el proceso le deja el camino
libre al gobierno de turno para que haga con el pueblo lo que quiera. Y no hay
ninguna prueba de que las medidas adoptadas por los diferentes gobiernos sean
beneficiosas para los pueblos que representan, o que deban triunfar
inexorablemente. Es más, diferentes gobiernos, definen de manera distinta los
que es bueno y lo que es malo para el mismo pueblo. ¿Por qué el pueblo debe aceptar las
determinaciones del gobierno como oveja boba?
Esta pregunta también
se la han hecho los candidatos, y a través de los tiempos han encontrado una
única respuesta, que es recostarse en los medios de comunicación, y armar las
campañas tal como si se tratara de un producto, al cual le construyen un
packaging atractivo, un jingle pegadizo, y un slogan que posicione. A partir de
ahí, todo lo demás se trata solamente de una campaña publicitaria, nada
diferente de las que se hacen para vender un chicle, una gaseosa, un pantalón o
un paquete de cigarrillos. Desde ahí y con la certificación de haber obtenido
resultados positivos, los mismos titulares de medios vieron y comprobaron el
poder que habían obtenido, y establecieron la maniobra. Esta consiste en
considerar al mensaje o relato como una especie de infección o parásito mental,
y que los ciudadanos son solamente su anfitrión inconsciente. Mientras los anfitriones
vivan y se trasladen el tiempo suficiente para transmitir el parásito, importa
muy poco o nada, del destino o la suerte del anfitrión. Esta maniobra se
denomina memética.
Si esta maniobra ya
descripta se efectuara con un mensaje o relato verdadero desde todo punto de
vista, lo cual ya es bastante difícil debido a la subjetividad, que provoca la
fragmentación de la verdad conforme a las percepciones personales, estaríamos
en presencia de la distribución de la información. Pero cuando al mensaje se lo
trastoca semióticamente, puede manipularse el sistema de signos de modo tal que
sin dejar de enunciarse la verdad, el contenido ofrezca una intencionada ambigüedad
para su comprensión, la cual se deja librada a gusto y entender del receptor.
El gran enemigo de
este método es el conocimiento. Diariamente vemos desmentidas de todo tipo que
nos indican el uso acostumbrado de la semiótica. Si se anuncia, después del
naufragio, “que arribaron a la costa 25 sobrevivientes en perfectas
condiciones, pero no se dice nada de que el buque transportaba a 250 personas”,
se está dejando, librada a la interpretación de cada uno, la enunciación de la
verdad verdadera (la buena noticia de que hay sobrevivientes o la mala de haber
perdido al 90% de los pasajeros). Del mismo modo cuando una víctima declara en
los medios que el Poder Ejecutivo le ofreció ayuda para su desdicha, pero la
hizo depender de la aprobación del Poder Legislativo, hay una inconsistencia
clara y perversa de presión ante las deliberaciones de los camaristas, que el
lector desprevenido, el ciudadano de a pié, no reconoce como tal, pero está
puesta ahí para que cumpla su función memética. No importa cómo la llamemos,
teoría de juegos, posmodernismo, dinámica de la comunicación o memética a
secas. No hay base ninguna para pensar que el relato/mensaje es necesariamente
mejor para los individuos, que por otra parte solemos tener demasiados desconocimientos
para influir sobre los comunicadores y sus elaboraciones, para esclarecer la
verdad en favor de nuestro propio beneficio.
Entonces, ¿hacia dónde
debemos encaminar nuestros pasos, en este presente que nos abarca, para
proporcionar un estado propicio para la elaboración de un futuro promisorio? En
primer lugar, creo yo, hacia una autocrítica profunda como sociedad. Poder
determinar quiénes somos en realidad. Si nos vamos a identificar con la sangre
latinoamericana del suelo en el que hemos nacido. De dónde venimos
culturalmente, y hacia dónde queremos direccionar nuestro futuro y el de
quienes nos sucedan. Reelaborar la conciencia y los valores por los que
deseamos dirigir nuestras vidas. Refundar la Nación en la conciencia de la
fraternidad en toda la extensión del territorio. Reconstituir la sociedad
aspirando a eliminar la brecha entre decíles, y establecer como irrenunciable
el principio universal de que todo hombre nace libre e inocente… Digo yo, que
no sé nada.-