COMETA
HALLEY
-Hechicera, bruja,
maga, sacerdotisa, adivina. ¡Pero hada…! No, Laurel, no. Solamente en la cabeza
de los niños o de algún negado a madurar con síndrome de Peter Pan…
-¡Te negás a lo
evidente! –me recriminó mi amiga Laurel, molesta porque no lograba convencerme
de que había conocido a un hada –por eso estás siempre así: pensativo,
melancólico, taciturno. El día que abras tu cabeza y entiendas que hay seres
mágicos que nos rodean constantemente y nos cuidan, cuidan nuestro ánimo, vas a
abandonar ese silencio pachorriento que te rodea –espetó con bronca.
Laurel transitó
Echesortu muy poco tiempo, no podría precisar cuánto pero su manera de ser,
chispeante, vivaz, andariega, me permitió presumir desde un principio que su
compañía sería tan fugaz como el paso del cometa Halley. Su espíritu inquieto
hacía que de buenas a primera desapareciera con su mochila en busca de un nuevo
destino, que nunca sería definitivo.
Y después de esa
discusión pasó.
Pero la vida siempre
intenta mantener equilibrado el fiel de la balanza, así que por contraposición
apareció el árabe repartiendo cartulinas caligrafiadas, de derecha a izquierda,
con signos inentendibles que él traducía como frases o poemas de amor, a las
mujeres que detenían sus vehículos en los semáforos de Mendoza y Avellaneda,
por unas cuantas monedas.
Cuando me vio se sentó
a mi mesa y sacó de uno de los bolsillos de su gabardina una esquela que Laurel
le había dejado para mí:
“Querido amigo:
Es muy corta la vida y muy grande el mundo para
permanecer en un solo lugar. He intentado encontrar las palabras correctas para
despedirme pero no existen, y ya es tarde para salir a buscarte por Echesortu.
Guarda todos los abrazos no dados, y todas las palabras no dichas, porque he
decidido tomar el camino opuesto, y considerando la redondez del planeta, es
seguro que volvamos a encontrarnos. Aunque no seas el destino, sino un punto de
paso.
Hay un mundo distinto que se construye, aunque te
niegues a verlo, y Dios lo recorre a veces, para distraerse.
Estas palabras serán olvidadas antes que nadie más
pueda leerlas.
Laurel”
Cuando despegué los
ojos de la nota, Balt-Hazar ya no estaba.
Hay quienes sostienen
que ella conocía la ubicación de la cortada sin nombre, que era desde donde se
accedía al portal del tiempo. No lo sé. Pero su intempestiva partida me
apenaba.
Por aquella época, en
Echesortu, una niebla intensa invadía el barrio a la caída del sol, para
abandonarlo al amanecer del día siguiente. Así que era común, y de ahí debe
haber quedado la costumbre, saludar a todos los que pasaban, porque solo se
veían sombras y no se distinguían los rostros. Yo solía buscar las paradas de
los colectivos y me sentaba a mirar la gente subir y bajar de esos artefactos,
sin entender qué gracia tenía seguir un itinerario preestablecido, cuando la
emoción verdadera consiste en trasladarse con ignorancia del destino, como la
vida misma. Y en eso estaba cuando esa pequeña bajó del 123 y se sentó a mi
lado. No sé qué edad tendría. No pude precisarlo entonces, mucho menos ahora.
Por momentos hablaba como una nena, otros como una adolescente, pero expresaba
conceptos con la experiencia de una anciana, y empezó a hablarme de todo. De
alegrías, de penas, de daños, de experiencias. Y yo me sentí tan cómodo que
respondía del mismo modo, le hablé de mis cosas, mi infancia, mi gato, mis
penas… mis penas… le mencioné lo de Laurel, y ella me dijo “¡qué bonito! Cuando
vuelvan a verse van a tener tanto de qué hablar…”
En cuestión de segundos
se metió en mi mundo y me mostró las cosas de otro modo. Todo lo que no había
visto en años se me aclaró como por arte de magia. Se ganó mi confianza con sus
historias, y hasta me hizo reír. En un momento posó su mano en mi hombro y me
sonrió mirándome a los ojos, entonces sentí un estremecimiento y unos deseos
inmensos de abrazarla y decirle gracias…Ella no se negó, por el contrario,
sentí que al rodearme con sus brazos el aire que entraba a mis pulmones era más
liviano.
-Ahí viene mi
colectivo –me dijo –pero tranquilo, que siempre que me necesites yo voy a estar,
solo me iré cuando ya no te haga falta…
Ya trepada al estribo,
como una adolescente me gritó: “Laurel me pidió que te viera. Mi nombre es
Maia, soy tu hada…”
Desde entonces recorro las paradas de los colectivos
en Echesortu, con añoranzas de su compañía y esperanza de reencontrarme con
Laurel, considerando que hay personas que pudieron observar el paso del cometa
Halley dos veces en su vida.