NO
SON SOLO PALABRAS…
Hace unos años atrás,
en una entrega de premios, un periodista, haciendo uso del podio, por primera
vez habló de “LA Grieta”, y eso bastó. A partir de ese momento los medios
(hegemónicos) lo hicieron su tema de tapa. Lo repitieron una y mil veces, lo
remarcaron, lo reiteraron en todos mensajes habidos y por haber, y así la
teoría se fue “viralizando” y de repente, todos hablaban de ella, y cuando alguien intentaba demostrar la
maniobra de inculcación perniciosa empleada por los medios mencionados e
involucrados, era ferozmente agredido, insultado, vituperado. Esta singular
práctica se extendió por las redes sociales, sobre todo esta, entonces se fue
naturalizando, al punto que si posteabas una foto con un niño pobre eras
socialista, y te agredían los antisocialistas, si habían dos niños pobres y un
barbudo eras comunista, y te insultaban los anticomunistas, si la imagen
contenía a tres niños pobres en un comedor y dos jóvenes dándoles comida, eras
de La Cámpora y te puteaban los conservadores y neoliberales, y si en vez de
jóvenes estaba Margarita Barrientos, eras del PRO y te vituperaban todos los
demás, incluso los del GEN y del Frente Renovador. Y eso se fue naturalizando y
extendiendo. A nadie se le ocurría pensar que podías ser, simplemente, un
reportero gráfico.
En un momento, cansado
de soportar chicanas y vituperios en un sinsentido absoluto, desafié a mi
interlocutor a que discutiéramos ideas, políticas, sociales, incluso
económicas, pero con argumentos sólidos y sustentables. Que no habláramos de
hipótesis de conflictos, sino de hechos probados o cuyas pruebas estuviesen al
alcance de ambos. Que toda teoría utilizada pudiere ser investigada y obtenida
de fuentes confiables u organismos con reconocida trayectoria, y estuviere dispuesta
para consulta permanente. Y la última condición, pero que planteaba “sine qua
non” era la de no utilizar insultos, ni agravios, ni malas palabras ofendiendo
al interlocutor. Su respuesta no se hizo esperar “En mi muro pongo lo que se me
da la gana”, dicho en otros términos. Fin de la conversación.
A partir de ese
momento me detuve a pensar si era realmente así, que cada uno, en su muro,
puede postear lo que se le da la gana. Me llevó un tiempo el análisis. Porque
en razón del respeto por las libertades individuales uno tiende a pensar que
sí. Que cada uno puede, en su muro, poner lo que desee. No obstante, en razón
de los derechos de las personas sostengo que debemos ser muy cuidadosos con las
palabras que seleccionamos para “publicar”, es decir hacer públicas. Porque en
nuestro idioma las palabras son unívocas y tienen poder, un poder para la
mayoría desconocido, y cuando toma estado público, es decir viaja libre, a
través de la red, o el éter, o el aire, según el medio, el emisor desconoce por
desconocimiento absoluto el itinerario de esas palabras, y por añadidura su
último destinatario. Del mismo modo desconocemos qué efecto produce en el
oyente, en qué estado se encuentra este al escuchar o leer nuestra palabra y
qué resortes ella toca, provocando quién sabe qué reacción. Y no tenemos
derecho. ¿Y estaremos, nosotros, dispuestos a hacernos cargo de tamaña
responsabilidad? ¿Diremos en algún momento, desatado el conflicto, que es por
responsabilidad de nuestras palabras? No. No lo haremos.
Ya que no somos
capaces de sentir respeto por nuestros semejantes, sintámoslo por las palabras,
y por nosotros mismos, que no tenemos la valentía de morir con gloria, por más
que lo juremos en el estribillo de nuestra canción Patria… Digo yo, que no sé
nada…