ELLAS NO QUERÍAN LA LUNA
En la casa familiar de mi infancia había un
cuadrito con un poema que mi padre me hacía leer cada tanto. Comenzaba con una
frase muy bonita que decía: “...Hay una mujer que tiene algo de Dios por
la inmensidad de su amor y mucho del ángel por la increíble intensidad de sus
cuidados...” Obviamente se trataba de un poema dedicado a las madres,
pero con el transcurso del tiempo y de la vida misma fui observando, y me fui
dando cuenta que todas las mujeres, madres o no, tienen algo de Dios y mucho
del ángel.
Ellas tal como son poseen, desde su naturaleza,
una visión distinta del mundo, una percepción diferente de la vida y de todo lo
que en ella existe. Por eso es que hablan de sexto sentido o de corazonadas,
quizás para que las entendamos, para que, al fin, nos demos cuenta y aceptemos
que ellas y nosotros miramos la misma montaña pero desde otra costanera.
Y que maravilloso es saber que aquello que nos
cuesta comprender, alguien, a nuestro lado, nos lo hace ver. ¡Y ese es el
verdadero significado de la inclusión!
Ha sido muy duro y espinoso el camino que
debieron recorrer. Al mismo tiempo, con sus hechos, nos demostraron que son
capaces de hacerlo. No se envolvieron en envases patrióticos, y sin embargo, y
quizás por eso, tarde, recordamos nombres como el de Martina Chapanay, Macacha
Güemes, Juana Azurduy, Mariquita Sánchez y tantas otras que hicieron grande y
real el sueño libertario.
Recién a fines del siglo XIX pudieron ingresar a
las Universidades. Debieron luchar medio siglo XX para poder acceder al voto. Sin
embargo se les escribieron miles de poemas y canciones, se les dedicaron
novelas, óperas completas. En todos ellos se les prometía la Luna. ¡Pero ellas
no querían la luna! Ellas solo pedían un espacio. Hoy ocupan lugares ejecutivos
en muchas empresas, cargos de la más alta envergadura en los gobiernos y
organismos públicos, también desempeñan tareas que hasta hace muy poco era
impensado que estuvieran en manos femeninas. Reparan automóviles, conducen
colectivos, son agentes del orden, sueldan, construyen, y al llegar al hogar
son amas de casa, madres, esposas, novias, hijas, y de a poco y muy
minuciosamente mueven las piezas necesarias para cambiar al mundo.
¿Son feministas? Ya no.
Ahora son nuestros pares, ¡Ya hace mucho son
nuestros pares! Están a nuestro lado cotidianamente, nos alientan, nos
estimulan, nos desafían, nos superan. Solo ciegos podríamos dejar de admitir
que se han ganado su espacio con esfuerzo y tesón. Solo carentes de razón
podríamos sostener la idea de ignorar sus fundamentos. Pongamos en valor,
entonces, las diferencias con la íntima convicción de que juntos podemos armar
el gigantesco puzle social al que pertenecemos y sintámonos orgullosos de que
estén con nosotros construyendo la urdimbre para el futuro, ese futuro que
nadie, ni aún la más pesimista mente futurista, ha podido imaginar sin su
presencia. Porque tienen algo de Dios y mucho del ángel, y porque con una
sonrisa son capaces de hacernos tener fe en que todo es posible.-