miércoles, 26 de abril de 2017

EL RELATOR



Cuando llegaba de la escuela se ponía a hacer los deberes rápido para que la mamá le diera permiso para ir a la canchita del barrio.

Allí todos los días se armaban unos partidos hermosos, y siempre eran a partir de las veinte, que era cuando ya todos habían vuelto de la fábrica.

Generalmente, él se ponía la camiseta de su equipo y salía corriendo para el partido, mientras la mamá se quedaba preparando la comida para la cena. Pero a veces, cuando podía, lo iba a ver. Él se instalaba en el medio de la cancha, arriba de un esqueleto abandonado de soporte para tanque de agua, y con una paleta de lavarropas, viejo, de esas que parecen un embudo gigante, daba inicio al encuentro y lo relataba paso por paso.

Un día la mamá estaba enojada porque le había aflojado las notas en matemáticas y geografía. La penitencia fue clara “No hay más cancha hasta la semana que viene”.

Él lloraba desconsolado, con la cabeza hundida en la almohada, cuando golpearon la puerta. La mamá abrió y se encontró con un grupo de muchachones con cara de forajidos, de pantalones cortos y todos con la misma camiseta, que le preguntaban por su hijo. “Nada, nada” dijo ella “Primero está la escuela”

Se miraron entre sí, y el grandote, que tenía la pelota en la mano, con voz gruesa, replicó “Es la final, señora. Y el partido no se hace si el pibe no relata”



EL TITIRITERO



¡El titiritero había esperado ese día con ansias!

Se arregló el nudo de la corbata frente al espejo y vio que ella estaba allí. Tendió la mesa, corrió la silla y la ayudó a sentarse. Esa noche le hablaría de todo, de su amor, y de su estremecida soledad. La que si persistía, terminaría por volverlo loco. Le besó la mano y la depositó suavemente sobre el mantel de hilo. Había elegido su mejor vajilla, y había puesto las copas de cristal heredadas de su madre. Había comprado el mejor champagne que le permitía su estrecho bolsillo.

Con mucho cuidado se acercó por detrás y comenzó a cepillarle el cabello. En un momento ella dejó caer su cabeza hacia delante y él lo tomó como una provocación. Se arrodilló a su lado, le tomó el mentón, miró sus enormes ojos pintados, sus mejillas rojas y brillantes, y se detuvo en su boca, exageradamente dibujada, y la besó.

¡Hubiese sido la noche perfecta!

Lástima que ella era una marioneta… 



lunes, 24 de abril de 2017

LA MISMA CANCIÓN



Azalehya tenía nombre de flor, ojos de luna, piel mate y el cabello enrulado, y siempre andaba por todas partes, tarareando bajito la misma canción.

Por las noches subía al techo de su casa y se tiraba de espaldas a contar las estrellas, tarareando bajito la misma canción.

Su mamá la llamaba: ¡Azalehya! Y ella respondía, con su voz chiquitita, ¡Voy mamá! Y salía corriendo, tarareando bajito la misma canción.

Una tarde, Azalehya se fue para el río, en busca de fresas para un rico pai.

Y no volvió nunca.

Pero ya no la buscan.

Cuenta la leyenda que en noches de luna, si uno se pasea por la orilla del río, escucha el murmullo del agua en la costa, y medio mezclado, tarareando bajito la misma canción…




miércoles, 5 de abril de 2017

LE ESCRIBO CANCIONES



¡Rosario es una ciudad que respira arte!

Por donde quiera que vayas hay cultura. Si no es música es ballet, o teatro, o pintura. Lo cierto es que la misma belleza artística puede encontrarse en las plazas, los cementerios, los frontispicios…

Me gusta recorrerla. Como si fuese una amante clandestina, cuando ya todos guardan sus mentiras con llave dentro de sus casas, salgo y la visito. Ella me guiña sus ojos de neón y me invita a descubrir la noche debajo de sus faldas.

A esta hora todo es diferente, me dice al oído, y me lleva al cruce de las peatonales, de la mano. A veces nos besamos cerca de los juegos de la plaza Pringles, pero solo me permite que la acaricie por debajo de su blusa por Oroño y el río…

Pero yo siento celos porque el río la baña, la rodea, la invita. Y sé que toman sol mientras yo duermo…

Por eso, por las tardes, me abrazo a mi guitarra y le escribo canciones…