MI
ENCUENTRO CON EL DIABLO
Harto de sentirme una
deplorable excusa del azar en esto de desestructurar los rulos del destino, me
refugié en el Club Fortín Carrasco con el pretexto de comerme un familiar de
milanesa, con un liso de tinto, y soda.
No había más de tres
mesas ocupadas por ancianos abúlicos y silenciosos, que cuando entré me miraron
con la tristeza de un domingo lluvioso a la nochecita, aunque era un jueves de
sol al mediodía.
De todos, el que más
me llamó la atención, fue uno de largos cabellos bien blancos, mal peinados
hacia atrás, que desde su lugar sugería tener todo controlado, a la vista. Me
miró con los ojos celestes casi transparentes, y se sonrió con mucha
mansedumbre, transmitiendo calma y tranquilidad, como si supiera de mi
desolación tras la partida de Laurel. O al menos, así lo sentí yo.
Cuando llegó mi pedido
a la mesa, un hombre joven, de unos cuarenta años, o menos. Muy bien vestido.
Con traje y sobretodo impecables, un elegante sombrero de fieltro, unos
finísimos zapatos italianos y guantes de cabritilla, que ingresó al club sin
mirar a nadie, se dirigió con paso petulante, a la mesa de este simpático
anciano, y se sentó de frente a él con gesto desafiante. Inmediatamente detrás
entró Balt-Hazar que se sentó a mi mesa hablándome de modo desenfadado pero sin
sacarle la vista de encima a este recién llegado.
-Sin dudas lo he visto
en otro tiempo, en otro lado, y en otras circunstancias -me dijo refiriéndose
al trajeado.
Le resté importancia a
sus dichos, curioso por saber por qué estaba sentado en frente de mí. Y mi
gesto debe haberle sido muy elocuente, ya que ahí nomás me reclamó “lo anduve
buscando, nunca me hubiera imaginado que se escondería acá”. Como si hubiésemos
celebrado algún pacto previo, o nos debiéramos reportar los paraderos, cuando
en realidad solo nos habíamos visto aquella vez en que me entregó la esquela de
Laurel.
Con una seña pidió que
le sirvieran un café, al que le agregó un chorrito de ginebra, de una petaca
que extrajo de un bolsillo interno de su gabardina.
Mi silencio, más
inquisidor que cualquier pregunta, quiso que no se detuviera en decir, y dijo:
“Usted no está entendiendo. El reencuentro con Laurel va a ser fortuito, no
siga buscándola. No comprende como funcionan la suerte, el azar, y el destino.
Les otorga a los tres la misma jerarquía, y no es así. En la vida hay puentes
que hay que cruzar, y otros que hay que quemar. Usted los está quemando a casi
todos” Se bebió el café de un trago y se fue arrojando sobre la mesa un billete
de cincuenta pesos.
En ese momento sentí
que yo era apenas una duda navegando en la inmensidad de la vida, una broma
inoportuna del destino, un arpegio en Sí disminuido…
EL hombre del traje,
que había estado discutiendo con el anciano, vehementemente pero con respeto,
con enojo aunque sin elevar la voz, como quien discute con su jefe o con su
padre, al retirarse del club se detuvo delante de mi mesa para decirme:
-“El mundo es de una
variedad tan grande, que mancomunados, todos somos fundamentales, pero
aisladamente somos insignificantes. Y la vida es algo demasiado inmensa como
para pretender abarcarla desde la individualidad. Déjese ayudar. Acabo de
discutir con mi padre para que lo haga, él tiene el poder que yo no”
Y se fue dejando en mí
la sensación de que nuevamente el azar me obligaba a participar de un juego en
el que todos conocían las cartas de mis manos, menos yo.
Pensé por un momento,
por su manera de vestir, su mística al hablar, y su forma de comportarse, que
podía tratarse de un mago, un ilusionista, uno de estos fabricantes de
tormentas que nunca te permiten confirmar si te engañan o te hacen creer. Pero
debo admitir que poseía algo cautivador en su manera de decir.
Me sorprendió ver al
anciano parado al lado mío, que me saludó con tono de terapeuta comprensivo y
me pidió permiso para sentarse a conversar…
No terminaba de
comprender un hecho, que comenzaba otro aún más extravagante. Sin temor a
parecer malhumorado le espeté
-Perdóneme, pero ¿cómo
debo llamarlo?
-No se preocupe por
eso, no tiene ninguna importancia. No creo que formalicemos ningún tipo de
vínculo. Solo estoy respondiendo a una solicitud de mi hijo, que no quiere
hacerse cargo. Pero va a tener que prometerme silencio eterno. ¿Está de
acuerdo?
Ni siquiera le
respondí. Él dio por sentado que las cosas eran como él quería que fueran, así
que sin espera comenzó a enumerar.
-“Para empezar tendrá
que aceptar mi ayuda sin preguntar nada. El resto va por cuenta mía. Le voy a
hacer entrega de un instrumento mágico en extremo potente, como una llave, que
cargaré en una ceremonia secreta. Después le voy a revelar dos secretos
ancestrales relacionados con el mundo invisible. Y por último le voy a dar a
conocer una combinación secreta que abre las puertas del destino, para que su
deseo se concrete más rápido. Aunque solo podrá usarla una vez”
Miré a mi alrededor
desconcertado, sin saber cómo hacer para desarmar el silencio. Presentí que por
más que hiciera todo eso ya no volvería a verla, y tuve miedo. Por primera vez
la incertidumbre y la aventura me dieron miedo. El anciano me miró con dulzura
y se sonrió.
¡A veces no está bueno que el Diablo se ponga de
nuestro lado!