LA
CANTANTE
Le había tocado en
suerte una familia con viñedos y bodega, siendo que el negocio del vino dejaba
siempre una considerable fortuna, si se lo había sabido llevar. Y por
contrapartida, la soledad de ser la única sobreviviente de la peste, a los
catorce años, y con un albacea, más vivo que honesto, que diagnosticándole
posesión demoníaca logró encerrarla en un convento para quedarse con sus
bienes.
Huraña, abandonada,
exorcizada, temida, confundida, encerrada, como estaba en esa celda de clausura,
durmiendo sobre un camastro de piedra sin colchón. Por una estrecha hendija
desde donde apenas se divisaba una rayita celeste de cielo, pidió alivio para
su pesar, y mágicamente, sin que nadie, ni ella, se diera cuenta, su clamor se
transformó en un canto hermoso, que cautivaba a todo quien la escuchara. Y la
elevaba. Sí, levitaba al cantar. Y así logró ser libre.