viernes, 21 de octubre de 2016

LA CANTANTE



Le había tocado en suerte una familia con viñedos y bodega, siendo que el negocio del vino dejaba siempre una considerable fortuna, si se lo había sabido llevar. Y por contrapartida, la soledad de ser la única sobreviviente de la peste, a los catorce años, y con un albacea, más vivo que honesto, que diagnosticándole posesión demoníaca logró encerrarla en un convento para quedarse con sus bienes.

Huraña, abandonada, exorcizada, temida, confundida, encerrada, como estaba en esa celda de clausura, durmiendo sobre un camastro de piedra sin colchón. Por una estrecha hendija desde donde apenas se divisaba una rayita celeste de cielo, pidió alivio para su pesar, y mágicamente, sin que nadie, ni ella, se diera cuenta, su clamor se transformó en un canto hermoso, que cautivaba a todo quien la escuchara. Y la elevaba. Sí, levitaba al cantar. Y así logró ser libre. 


DUDA RAZONABLE




Acariciados por una luz difusa que se colaba por entre las cortinas, los dos cuerpos, desnudos, abrazados, se miraban sobre la cama. Las sábanas revueltas y manchadas permitían presumir que habían estado amándose hasta avanzado el amanecer. Y que posiblemente hubieran continuado si no fuese porque estaban en una reducida habitación de un hotelucho de cuarta, rodeados de policías mirándolo todo por todas partes y sacando fotos, que se trataba de la escena de un crimen y que ellos eran las víctimas.

Hasta que el fiscal puso en tela de juicio la presencia de un tercero, y planteó una duda razonable.-


miércoles, 12 de octubre de 2016

MONIGOTES EN LA ARENA




Hacía monigotes en la arena, con el dedo, y de vez en cuando levantaba la vista como si estuviera esperándolos llegar.
Cuando desembarcaron los confundieron con sus propios dioses, y se llevaron todo: el oro, la plata, la alfarería, el café, el tabaco. Violaron a las mujeres y explotaron y mataron a hombres y niños.
No había justicia entonces. Solo miedo. Avanzaron impiadosos, con sus cuerpos envueltos por todas partes, sus armas de hierro, blancos como la luna, con esos extraños pelos amarillos.
El tiempo pasó, pero él continúa visitando la costa. Ya no hace monigotes en la arena con el dedo, pero observa atento intentando divisar qué arrastra el agua en la más brumosa lontananza.
Desde su ancianidad entiende que aquellos no vinieron a civilizar sino a saquear, y en soledad se ríe de lo que dijo el doctor: Que es solo una cuestión de semántica.- 


miércoles, 5 de octubre de 2016

ANSIEDAD



Había recibido como gracia divina ese racimo de uvas, cuya característica, entre otras, consistía en que por cada grano que Ernestina comía, crecía su ansiedad y deseo por comer otro más.
Contó las melescas, totalizando un cómputo de veintinueve mil novecientas treinta, y concluyó que si comía una por día demoraría ochenta y dos años en terminarlas. Al cortar la primera observó que cada grano retoñaba en el racimo, esto reconfortó su duda anterior.
Lo que descubrió, a muy temprana edad, es que al cortar el último grano encontraría la muerte.-