domingo, 25 de marzo de 2018

¡HE VISTO A UN HOMBRE!
 
 
 
He visto a un hombre caminar silencioso por la mediocridad con los conocimientos de un grande. Su consiente no está al tanto de la chispa que duerme en su alma. Su espíritu se retuerce a la voluntad de su entorno y lo aparta ahora de sus sueños. Él no sabe. Como si tuviese los ojos cegados avanza hacia un destino predecible.
Deja huellas y lo ignora porque nunca mira para atrás. Tiene la mirada fija en el camino. No se anima a abrir un sendero. No se da cuenta que los caminos están trazados para que cualquiera los transite. No se da cuenta que él no es cualquiera.
No sabe adónde va, cree que avanza. ¿Pero puede avanzar aquel que camina en círculos? No acepta que lo ayuden porque no se considera digno. Su mente no le muestra las herramientas, lo mantiene como en una habitación cerrada y a oscuras.
Necesita ser abierto. Que algo lo parta al medio y le muestre su centro. Debe asentar sus ideas y encontrarse a sí mismo.
He visto a un hombre vaciarse de darlo todo, y aún así mantener su corazón latiendo una esperanza. Llorar en soledad para no molestar con su tristeza.
He visto a un hombre desafiar al destino sin saberlo y llegar más allá de su alcance ignorándolo todo. Lo he visto rezar a su Dios y pedir por terceros. Ser el único en lograr la cima y sentirse solo. Mirar al abismo y saberse observado por él.
He visto a un hombre amar hasta el desgarro y no hablar de su dolor. Sufrir el derrumbe de su mundo y volver a comenzar la construcción con ladrillos caídos. Lo he visto vencer su orgullo a pesar de sus conquistas. Salir al combate desprovisto de lanza y espada y enfrentar la batalla solo con la verdad como escudo.
He visto a un hombre abrazar a su recién nacido y ofrecerlo al mundo no en sacrificio. Lo he visto tomar todo aquello que le fue otorgado y mejorarlo para su descendencia.
¡He visto a un hombre!
 
 


martes, 6 de marzo de 2018

EL ÁNGEL DE LOS PECADORES
 
 
 
Nació de una madre imperfecta que amaba por horas en un lupanar de Pichincha, y de un padre anarquista que hablaba de Dios como de un aliado. Era el Ángel de los pecadores, que zapateaba, de noche, en una peña salteña de la calle Laprida, y de día ofrecía, puerta por puerta, “La Guía Espiritual para Encontrar el Camino hacia la Paz Interior”
La pregunta que todos nos hicimos fue ¿Qué hacía en Echesortu? La primera vez que lo vimos se abría paso entre la gente, en la esquina de Mendoza y Avellaneda. Fue sorprendido por una mujer que tomándolo del brazo le rogó “venga, hable con el hombre, capaz usted lo convence”. Es que justamente, el gentío se había producido debido a un chino que amenazaba con suicidarse. El motivo no lo entendía nadie porque el tipo hablaba en su idioma, pero tenía un revólver apuntando a su cabeza así que eran claras las intenciones.
Estaban las cámaras de los canales 3 y 5, y los micrófonos de la 2, la 3, la 8, en fin, los cronistas agitaban con fervor la primicia de semejante suceso, hasta que el Ángel se acercó al suicida, le habló al oído y éste depuso su voluntad.
El árabe, ni lerdo ni perezoso, le hizo señas para que se sentara a nuestra mesa, hecho que no cayó muy bien a Norita ni a la Señora Carlota, que rascándose la barba, lo miraba fijo con la ceja izquierda levantada, y eso, sabíamos, no era un signo de aprobación, antes bien, todo lo contrario.
La pregunta obligada fue, sin duda, qué le había dicho al chino. A lo que respondió: “Que posiblemente todos pensáramos igual que él, pero que no era bueno darle de comer a la gilada”. Y en ese momento se paró como queriendo saludar a alguien que viajaba en un taxi que doblaba por Avellaneda hacia Mendoza.
-¿Lo vieron? –Preguntó. Aclarando luego – ¡ese hombre se parecía a mí…! Y se levantó como queriendo gritarle algo.
La Señora Carlota, sabedora de las intrigas que El Ángel de Los  Pecadores era capaz de forjar, promoviendo amores prohibidos y clandestinos, sin ninguna contemplación, se lanzó a saber cuál era su interés en nuestro barrio. A lo que él solo le respondió que “aquel que no ama, siente nostalgias del amor, y necesidad de ser amado”.
-Sí, pero en este barrio todos están enamorados –aseveró la Señora Carlota.
-¡Pero ninguno de su pareja…! -remató cortante el Ángel.
Después de esa respuesta, Balt-Hazar intentó morigerar el tono de las conversaciones. Para él era un personaje curioso que podía servirle a los fines investigativos. Alguien le había comentado, años atrás, que inclusive podía viajar en el tiempo. Así que sacó del bolsillo interno de su gabardina el cuadernito Gloria de 50 hojas, y el lápiz Faber N°2, que siempre llevaba, y como si se tratara de un reportaje, le preguntó si acaso no creía en el amor eterno. La respuesta, por supuesto no se hizo esperar. “Cualquier promesa hecha con las palabras “para siempre” es una mentira, puesto que lo eterno no existe porque el hombre camina siempre hacia su inexorable destino de anochecer. Ahí sí comienza un estado permanente”
Norita lo miraba con los ojos grandes y plenos de una incredulidad inmensa, y le hizo una pregunta sospechosamente mundana. Con su voz firme y gruesa, y con un modo socarrón, dijo “Entonces tampoco debe creer en Dios”, y lo dejó así, como flotando en el aire… El Ángel la miró unos segundos antes de responderle. Creo que midió el tono de su intensión. Y le contestó, así, como al pasar “Llegar a Dios es fácil. Seguir sus reglas para lograr la salvación es lo engorroso”
Lina no quiso quedarse atrás y entonces no tuvo mejor idea que preguntarle sobre el Diablo. El Ángel se rió a carcajadas y le explicó que el Diablo usa alternativamente tres rostros: el de la soberbia, el del odio, y el de la ignorancia. Y que los hombres lo consideran hermoso porque siempre se parece a ellos.
En ese momento la Señora Carlota, evidentemente molesta, pidió la cuenta y pagó. De manera automática cada uno de nosotros tomó sus cosas para volver a nuestras actividades, ahí fue cuando sujetándome del brazo, en voz baja me pidió que lo acompañara, que necesitaba ver a alguien. Entendí que era un requerimiento directamente personal, así que solo respondí, afirmativamente, con un gesto de mis ojos. Caminamos hasta la plaza Echesortu y nos sentamos en un banco, de espaldas a la vieja estación abandonada. En eso vimos llegar a un curita joven, que se encontró con una chica de unos veinte años, que trabajaba de desnudista en un cabaret de San Lorenzo y llevaba un bebé en brazos, y ocuparon otra banca cerca de los juegos.
-Usted no sabe lo que me cuesta mantenerme al margen –me aclaró el Ángel de los Pecadores señalándome a la pareja. Largó un suspiro prolongado y contemplativo, para decirme “Está enamorado pero no puede saberlo, la desea sin darse cuenta de ello. La visita todas las tardes, y en lugar de hablarle de sus sentimientos, la escucha en confesión. A veces creo que eligió una vida desdichada para, algún día, poder culpar de ella a todos los demás”.
Luego de observarlos por más de cuarenta minutos lo acompañé en un taxi hasta la terminal, fuimos casi todo el trayecto en silencio. En un momento y sin mirarme me confesó “Yo no soy real”, lo miré absorto sin articular palabra, y continuó “debo decir que me he esforzado muchísimo para que sea así. Es más, nosotros hemos venido hablando por años, y cada encuentro que hemos tenido he sido quien su imaginación idealizaba”. Si esperaba una respuesta de mi parte, yo no podía dársela, era la primera vez que vivía semejante situación.  Cuando íbamos por Avellaneda y doblamos hacia Mendoza miró sorprendido por la ventanilla y levantó la mano como si quisiera saludar a alguien.
-¿Lo vio? – me preguntó. Para aclarar después – ¡En esa mesa había un hombre que se parecía a mí y se levantó como queriendo decirme algo…!