EL
ÁNGEL DE LOS PECADORES
Nació de una madre
imperfecta que amaba por horas en un lupanar de Pichincha, y de un padre
anarquista que hablaba de Dios como de un aliado. Era el Ángel de los
pecadores, que zapateaba, de noche, en una peña salteña de la calle Laprida, y
de día ofrecía, puerta por puerta, “La Guía Espiritual para Encontrar el Camino
hacia la Paz Interior”
La pregunta que todos
nos hicimos fue ¿Qué hacía en Echesortu? La primera vez que lo vimos se abría
paso entre la gente, en la esquina de Mendoza y Avellaneda. Fue sorprendido por
una mujer que tomándolo del brazo le rogó “venga, hable con el hombre, capaz
usted lo convence”. Es que justamente, el gentío se había producido debido a un
chino que amenazaba con suicidarse. El motivo no lo entendía nadie porque el
tipo hablaba en su idioma, pero tenía un revólver apuntando a su cabeza así que
eran claras las intenciones.
Estaban las cámaras de
los canales 3 y 5, y los micrófonos de la 2, la 3, la 8, en fin, los cronistas
agitaban con fervor la primicia de semejante suceso, hasta que el Ángel se
acercó al suicida, le habló al oído y éste depuso su voluntad.
El árabe, ni lerdo ni
perezoso, le hizo señas para que se sentara a nuestra mesa, hecho que no cayó
muy bien a Norita ni a la Señora Carlota, que rascándose la barba, lo miraba
fijo con la ceja izquierda levantada, y eso, sabíamos, no era un signo de
aprobación, antes bien, todo lo contrario.
La pregunta obligada
fue, sin duda, qué le había dicho al chino. A lo que respondió: “Que
posiblemente todos pensáramos igual que él, pero que no era bueno darle de
comer a la gilada”. Y en ese momento se paró como queriendo saludar a alguien
que viajaba en un taxi que doblaba por Avellaneda hacia Mendoza.
-¿Lo vieron?
–Preguntó. Aclarando luego – ¡ese hombre se parecía a mí…! Y se levantó como
queriendo gritarle algo.
La Señora Carlota,
sabedora de las intrigas que El Ángel de Los
Pecadores era capaz de forjar, promoviendo amores prohibidos y
clandestinos, sin ninguna contemplación, se lanzó a saber cuál era su interés
en nuestro barrio. A lo que él solo le respondió que “aquel que no ama, siente
nostalgias del amor, y necesidad de ser amado”.
-Sí, pero en este
barrio todos están enamorados –aseveró la Señora Carlota.
-¡Pero ninguno de su
pareja…! -remató cortante el Ángel.
Después de esa
respuesta, Balt-Hazar intentó morigerar el tono de las conversaciones. Para él
era un personaje curioso que podía servirle a los fines investigativos. Alguien
le había comentado, años atrás, que inclusive podía viajar en el tiempo. Así
que sacó del bolsillo interno de su gabardina el cuadernito Gloria de 50 hojas,
y el lápiz Faber N°2, que siempre llevaba, y como si se tratara de un
reportaje, le preguntó si acaso no creía en el amor eterno. La respuesta, por
supuesto no se hizo esperar. “Cualquier promesa hecha con las palabras “para
siempre” es una mentira, puesto que lo eterno no existe porque el hombre camina
siempre hacia su inexorable destino de anochecer. Ahí sí comienza un estado
permanente”
Norita lo miraba con
los ojos grandes y plenos de una incredulidad inmensa, y le hizo una pregunta
sospechosamente mundana. Con su voz firme y gruesa, y con un modo socarrón,
dijo “Entonces tampoco debe creer en Dios”, y lo dejó así, como flotando en el
aire… El Ángel la miró unos segundos antes de responderle. Creo que midió el
tono de su intensión. Y le contestó, así, como al pasar “Llegar a Dios es
fácil. Seguir sus reglas para lograr la salvación es lo engorroso”
Lina no quiso quedarse
atrás y entonces no tuvo mejor idea que preguntarle sobre el Diablo. El Ángel
se rió a carcajadas y le explicó que el Diablo usa alternativamente tres
rostros: el de la soberbia, el del odio, y el de la ignorancia. Y que los
hombres lo consideran hermoso porque siempre se parece a ellos.
En ese momento la
Señora Carlota, evidentemente molesta, pidió la cuenta y pagó. De manera
automática cada uno de nosotros tomó sus cosas para volver a nuestras
actividades, ahí fue cuando sujetándome del brazo, en voz baja me pidió que lo
acompañara, que necesitaba ver a alguien. Entendí que era un requerimiento
directamente personal, así que solo respondí, afirmativamente, con un gesto de
mis ojos. Caminamos hasta la plaza Echesortu y nos sentamos en un banco, de
espaldas a la vieja estación abandonada. En eso vimos llegar a un curita joven,
que se encontró con una chica de unos veinte años, que trabajaba de desnudista
en un cabaret de San Lorenzo y llevaba un bebé en brazos, y ocuparon otra banca
cerca de los juegos.
-Usted no sabe lo que
me cuesta mantenerme al margen –me aclaró el Ángel de los Pecadores señalándome
a la pareja. Largó un suspiro prolongado y contemplativo, para decirme “Está
enamorado pero no puede saberlo, la desea sin darse cuenta de ello. La visita
todas las tardes, y en lugar de hablarle de sus sentimientos, la escucha en
confesión. A veces creo que eligió una vida desdichada para, algún día, poder
culpar de ella a todos los demás”.
Luego de observarlos
por más de cuarenta minutos lo acompañé en un taxi hasta la terminal, fuimos
casi todo el trayecto en silencio. En un momento y sin mirarme me confesó “Yo
no soy real”, lo miré absorto sin articular palabra, y continuó “debo decir que
me he esforzado muchísimo para que sea así. Es más, nosotros hemos venido
hablando por años, y cada encuentro que hemos tenido he sido quien su
imaginación idealizaba”. Si esperaba una respuesta de mi parte, yo no podía
dársela, era la primera vez que vivía semejante situación. Cuando íbamos por Avellaneda y doblamos hacia
Mendoza miró sorprendido por la ventanilla y levantó la mano como si quisiera
saludar a alguien.
-¿Lo vio? – me
preguntó. Para aclarar después – ¡En esa mesa había un hombre que se parecía a
mí y se levantó como queriendo decirme algo…!