ÚLTIMA
TOMA
Él, que siempre
relativizaba todo, lucía agobiado. Se había sentado en la barranca del río, en
donde nadie podía verlo, y con la cara entre sus manos enjugaba su dolor.
Ojalá la vida fuera
como el cine, se decía para sí. En dos o tres escenas más tendría todo
resuelto. Contar el dolor no sirve si no es con un buen guión. A quién puede
importarle por cuál de mis costados me sienta yo menos completo. Todas estas
cosas pensaba en silencio con el marco de un cielo diáfano y de un color
celeste inmaculado, ni una sola nube. El verde soleado de la vegetación isleña
sobre la extensa lengua de arena hundiéndose lenta en el agua, y los destellos
brillando en la ondulación de la corriente.
Su silueta recortada
en contraluz y apenas sobresaliendo del paisaje era una imagen deseada. Hacía
un esfuerzo para contener las lágrimas pero algo, adentro suyo, le impulsaban a
no resistirse a exhibir los sentimientos. El silencio, únicamente interrumpido
por el murmullo del agua y el canto de algún que otro pájaro, era lo que, por
horas, se había estado buscando.
Enterró su mano
derecha en la tierra mientras con la otra se llevaba el pistolón a la sien,
apretó los dientes y cerró los ojos. Tragó saliva fuerte, se notó el movimiento
de su nuez. Y cuando el director gritó ¡CORTEN! Todo volvió a la normalidad,
menos su agobio.
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