miércoles, 15 de marzo de 2017

ÚLTIMA TOMA



Él, que siempre relativizaba todo, lucía agobiado. Se había sentado en la barranca del río, en donde nadie podía verlo, y con la cara entre sus manos enjugaba su dolor.

Ojalá la vida fuera como el cine, se decía para sí. En dos o tres escenas más tendría todo resuelto. Contar el dolor no sirve si no es con un buen guión. A quién puede importarle por cuál de mis costados me sienta yo menos completo. Todas estas cosas pensaba en silencio con el marco de un cielo diáfano y de un color celeste inmaculado, ni una sola nube. El verde soleado de la vegetación isleña sobre la extensa lengua de arena hundiéndose lenta en el agua, y los destellos brillando en la ondulación de la corriente.

Su silueta recortada en contraluz y apenas sobresaliendo del paisaje era una imagen deseada. Hacía un esfuerzo para contener las lágrimas pero algo, adentro suyo, le impulsaban a no resistirse a exhibir los sentimientos. El silencio, únicamente interrumpido por el murmullo del agua y el canto de algún que otro pájaro, era lo que, por horas, se había estado buscando.

Enterró su mano derecha en la tierra mientras con la otra se llevaba el pistolón a la sien, apretó los dientes y cerró los ojos. Tragó saliva fuerte, se notó el movimiento de su nuez. Y cuando el director gritó ¡CORTEN! Todo volvió a la normalidad, menos su agobio.   







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