viernes, 18 de mayo de 2018

COMETA HALLEY

 
-Hechicera, bruja, maga, sacerdotisa, adivina. ¡Pero hada…! No, Laurel, no. Solamente en la cabeza de los niños o de algún negado a madurar con síndrome de Peter Pan…
-¡Te negás a lo evidente! –me recriminó mi amiga Laurel, molesta porque no lograba convencerme de que había conocido a un hada –por eso estás siempre así: pensativo, melancólico, taciturno. El día que abras tu cabeza y entiendas que hay seres mágicos que nos rodean constantemente y nos cuidan, cuidan nuestro ánimo, vas a abandonar ese silencio pachorriento que te rodea –espetó con bronca.
Laurel transitó Echesortu muy poco tiempo, no podría precisar cuánto pero su manera de ser, chispeante, vivaz, andariega, me permitió presumir desde un principio que su compañía sería tan fugaz como el paso del cometa Halley. Su espíritu inquieto hacía que de buenas a primera desapareciera con su mochila en busca de un nuevo destino, que nunca sería definitivo.
Y después de esa discusión pasó.
Pero la vida siempre intenta mantener equilibrado el fiel de la balanza, así que por contraposición apareció el árabe repartiendo cartulinas caligrafiadas, de derecha a izquierda, con signos inentendibles que él traducía como frases o poemas de amor, a las mujeres que detenían sus vehículos en los semáforos de Mendoza y Avellaneda, por unas cuantas monedas.
Cuando me vio se sentó a mi mesa y sacó de uno de los bolsillos de su gabardina una esquela que Laurel le había dejado para mí:
“Querido amigo:
Es muy corta la vida y muy grande el mundo para permanecer en un solo lugar. He intentado encontrar las palabras correctas para despedirme pero no existen, y ya es tarde para salir a buscarte por Echesortu. Guarda todos los abrazos no dados, y todas las palabras no dichas, porque he decidido tomar el camino opuesto, y considerando la redondez del planeta, es seguro que volvamos a encontrarnos. Aunque no seas el destino, sino un punto de paso.
Hay un mundo distinto que se construye, aunque te niegues a verlo, y Dios lo recorre a veces, para distraerse.
Estas palabras serán olvidadas antes que nadie más pueda leerlas.
                                                        Laurel”
Cuando despegué los ojos de la nota, Balt-Hazar ya no estaba.
Hay quienes sostienen que ella conocía la ubicación de la cortada sin nombre, que era desde donde se accedía al portal del tiempo. No lo sé. Pero su intempestiva partida me apenaba.
Por aquella época, en Echesortu, una niebla intensa invadía el barrio a la caída del sol, para abandonarlo al amanecer del día siguiente. Así que era común, y de ahí debe haber quedado la costumbre, saludar a todos los que pasaban, porque solo se veían sombras y no se distinguían los rostros. Yo solía buscar las paradas de los colectivos y me sentaba a mirar la gente subir y bajar de esos artefactos, sin entender qué gracia tenía seguir un itinerario preestablecido, cuando la emoción verdadera consiste en trasladarse con ignorancia del destino, como la vida misma. Y en eso estaba cuando esa pequeña bajó del 123 y se sentó a mi lado. No sé qué edad tendría. No pude precisarlo entonces, mucho menos ahora. Por momentos hablaba como una nena, otros como una adolescente, pero expresaba conceptos con la experiencia de una anciana, y empezó a hablarme de todo. De alegrías, de penas, de daños, de experiencias. Y yo me sentí tan cómodo que respondía del mismo modo, le hablé de mis cosas, mi infancia, mi gato, mis penas… mis penas… le mencioné lo de Laurel, y ella me dijo “¡qué bonito! Cuando vuelvan a verse van a tener tanto de qué hablar…”
En cuestión de segundos se metió en mi mundo y me mostró las cosas de otro modo. Todo lo que no había visto en años se me aclaró como por arte de magia. Se ganó mi confianza con sus historias, y hasta me hizo reír. En un momento posó su mano en mi hombro y me sonrió mirándome a los ojos, entonces sentí un estremecimiento y unos deseos inmensos de abrazarla y decirle gracias…Ella no se negó, por el contrario, sentí que al rodearme con sus brazos el aire que entraba a mis pulmones era más liviano.
-Ahí viene mi colectivo –me dijo –pero tranquilo, que siempre que me necesites yo voy a estar, solo me iré cuando ya no te haga falta…
Ya trepada al estribo, como una adolescente me gritó: “Laurel me pidió que te viera. Mi nombre es Maia, soy tu hada…”
Desde entonces recorro las paradas de los colectivos en Echesortu, con añoranzas de su compañía y esperanza de reencontrarme con Laurel, considerando que hay personas que pudieron observar el paso del cometa Halley dos veces en su vida.

 


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