domingo, 24 de junio de 2018

MI ENCUENTRO CON EL DIABLO
 
 
Harto de sentirme una deplorable excusa del azar en esto de desestructurar los rulos del destino, me refugié en el Club Fortín Carrasco con el pretexto de comerme un familiar de milanesa, con un liso de tinto, y soda.
No había más de tres mesas ocupadas por ancianos abúlicos y silenciosos, que cuando entré me miraron con la tristeza de un domingo lluvioso a la nochecita, aunque era un jueves de sol al mediodía.
De todos, el que más me llamó la atención, fue uno de largos cabellos bien blancos, mal peinados hacia atrás, que desde su lugar sugería tener todo controlado, a la vista. Me miró con los ojos celestes casi transparentes, y se sonrió con mucha mansedumbre, transmitiendo calma y tranquilidad, como si supiera de mi desolación tras la partida de Laurel. O al menos, así lo sentí yo.
Cuando llegó mi pedido a la mesa, un hombre joven, de unos cuarenta años, o menos. Muy bien vestido. Con traje y sobretodo impecables, un elegante sombrero de fieltro, unos finísimos zapatos italianos y guantes de cabritilla, que ingresó al club sin mirar a nadie, se dirigió con paso petulante, a la mesa de este simpático anciano, y se sentó de frente a él con gesto desafiante. Inmediatamente detrás entró Balt-Hazar que se sentó a mi mesa hablándome de modo desenfadado pero sin sacarle la vista de encima a este recién llegado.
-Sin dudas lo he visto en otro tiempo, en otro lado, y en otras circunstancias -me dijo refiriéndose al trajeado.
Le resté importancia a sus dichos, curioso por saber por qué estaba sentado en frente de mí. Y mi gesto debe haberle sido muy elocuente, ya que ahí nomás me reclamó “lo anduve buscando, nunca me hubiera imaginado que se escondería acá”. Como si hubiésemos celebrado algún pacto previo, o nos debiéramos reportar los paraderos, cuando en realidad solo nos habíamos visto aquella vez en que me entregó la esquela de Laurel.
Con una seña pidió que le sirvieran un café, al que le agregó un chorrito de ginebra, de una petaca que extrajo de un bolsillo interno de su gabardina.
Mi silencio, más inquisidor que cualquier pregunta, quiso que no se detuviera en decir, y dijo: “Usted no está entendiendo. El reencuentro con Laurel va a ser fortuito, no siga buscándola. No comprende como funcionan la suerte, el azar, y el destino. Les otorga a los tres la misma jerarquía, y no es así. En la vida hay puentes que hay que cruzar, y otros que hay que quemar. Usted los está quemando a casi todos” Se bebió el café de un trago y se fue arrojando sobre la mesa un billete de cincuenta pesos.
En ese momento sentí que yo era apenas una duda navegando en la inmensidad de la vida, una broma inoportuna del destino, un arpegio en Sí disminuido…
EL hombre del traje, que había estado discutiendo con el anciano, vehementemente pero con respeto, con enojo aunque sin elevar la voz, como quien discute con su jefe o con su padre, al retirarse del club se detuvo delante de mi mesa para decirme:
-“El mundo es de una variedad tan grande, que mancomunados, todos somos fundamentales, pero aisladamente somos insignificantes. Y la vida es algo demasiado inmensa como para pretender abarcarla desde la individualidad. Déjese ayudar. Acabo de discutir con mi padre para que lo haga, él tiene el poder que yo no”  
Y se fue dejando en mí la sensación de que nuevamente el azar me obligaba a participar de un juego en el que todos conocían las cartas de mis manos, menos yo.
Pensé por un momento, por su manera de vestir, su mística al hablar, y su forma de comportarse, que podía tratarse de un mago, un ilusionista, uno de estos fabricantes de tormentas que nunca te permiten confirmar si te engañan o te hacen creer. Pero debo admitir que poseía algo cautivador en su manera de decir.
Me sorprendió ver al anciano parado al lado mío, que me saludó con tono de terapeuta comprensivo y me pidió permiso para sentarse a conversar…
No terminaba de comprender un hecho, que comenzaba otro aún más extravagante. Sin temor a parecer malhumorado le espeté
-Perdóneme, pero ¿cómo debo llamarlo?
-No se preocupe por eso, no tiene ninguna importancia. No creo que formalicemos ningún tipo de vínculo. Solo estoy respondiendo a una solicitud de mi hijo, que no quiere hacerse cargo. Pero va a tener que prometerme silencio eterno. ¿Está de acuerdo?
Ni siquiera le respondí. Él dio por sentado que las cosas eran como él quería que fueran, así que sin espera comenzó a enumerar.
-“Para empezar tendrá que aceptar mi ayuda sin preguntar nada. El resto va por cuenta mía. Le voy a hacer entrega de un instrumento mágico en extremo potente, como una llave, que cargaré en una ceremonia secreta. Después le voy a revelar dos secretos ancestrales relacionados con el mundo invisible. Y por último le voy a dar a conocer una combinación secreta que abre las puertas del destino, para que su deseo se concrete más rápido. Aunque solo podrá usarla una vez”
Miré a mi alrededor desconcertado, sin saber cómo hacer para desarmar el silencio. Presentí que por más que hiciera todo eso ya no volvería a verla, y tuve miedo. Por primera vez la incertidumbre y la aventura me dieron miedo. El anciano me miró con dulzura y se sonrió.
¡A veces no está bueno que el Diablo se ponga de nuestro lado!
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario