lunes, 4 de julio de 2016

NADIE VENDÍA LOS CHORIPANES...



                  Hacía frío. Llovía. No la lluvia de inversiones, pero llovía. La neblina estaba alta, si bajaba era posible que el avión no aterrizara, pero no bajó. Miraba para todos lados y había gente que , como yo, se soplaba aliento en las manos, y se las restregaba entre sí para calentarlas. Algunos, los menos, encendían un cigarrillo con el mismo fin. Vestidos de invierno, con bufandas, gorras y guantes de lana. Con camperas de colores oscuros, gabanes de lana gruesa. Nadie se fijaba en la marca, la lluvia había amainado y garuába, pero el frio...

              No puedo precisar en qué momento comenzó a llegar más gente, pude ver a muchos pero distinguí a un matrimonio mayor con el mate, calentito, venían del brazo, detrás de ellos toda un afamilia, con chicos también abrigados hasta los pelos, algunos traían banderas argentinas (No había nadie con globos), una parejita de novios muy acaramelados se sumó al gentío. En un santiamén éramos un millar, de todas las edades. El frío había disminuído por el calor que aportaba cada uno. Esos treinta y séis, treinta y siete grados irradiando humanidad habían comenzado a hacer amable la estadía. Yo miraba buscando los colectivos, pero no los vi. Había un murmullo que a medida que llegaban se acrecentaba, como el calor. Y ya comenzaron las preguntas y las charlas, cada uno identificándose con el otro y sintiendo la pertenencia.

                Había un viento que calaba hasta los huesos, pero la lealtad no respeta barreras, es una demostración de amor incondicional y a prueba de todo mal, y estaba allí como leit motiv. Por los comentarios, cualquier desprevenido pordía acertar en que todos los presentes la estábamos pasando mal, por una razón u otra. Sin embargo los rostros lucían una gigantezca sonrisa de "fumando espero... a la mujer que quiero".

                      Los comentarios se reiteraban de uno en otro, que los tarifazos, que el alquiler, que las espensas, los desocupados y los despidos, la caída del consumo, que nadie llega a fin de mes. Y cada tanto se intercalaba la frase "¡ya no hace tanto frío!". Y si éramos un montón, pegados, codo a codo, hermanados y contentos. Nadie nos había llamado pero estábamos allí por la nuestra, para no esperar, para demostrar... Teníamos hambre. Hambre y sed de justicia, pero sobre todo hambre. Habíamos llegado temprano, nadie había cenado... Y nadie vendía los choripanes...

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