viernes, 21 de octubre de 2016

LA CANTANTE



Le había tocado en suerte una familia con viñedos y bodega, siendo que el negocio del vino dejaba siempre una considerable fortuna, si se lo había sabido llevar. Y por contrapartida, la soledad de ser la única sobreviviente de la peste, a los catorce años, y con un albacea, más vivo que honesto, que diagnosticándole posesión demoníaca logró encerrarla en un convento para quedarse con sus bienes.

Huraña, abandonada, exorcizada, temida, confundida, encerrada, como estaba en esa celda de clausura, durmiendo sobre un camastro de piedra sin colchón. Por una estrecha hendija desde donde apenas se divisaba una rayita celeste de cielo, pidió alivio para su pesar, y mágicamente, sin que nadie, ni ella, se diera cuenta, su clamor se transformó en un canto hermoso, que cautivaba a todo quien la escuchara. Y la elevaba. Sí, levitaba al cantar. Y así logró ser libre. 


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