martes, 13 de diciembre de 2016

EL EMIR



Confundido y furioso, el Emir, daba voces en la sala de audiencias del palacio, adonde se había reunido con sus dos asesores íntimos, el Asesor Negro y el Asesor Blanco.
-Te ha provocado, mi señor. Eso que ha dicho es casi una amenaza –dijo, sin titubeos el asesor negro. “¡Que lo encierren!” gritó el Emir ofendidísimo.
-Pero Señor –dijo el asesor blanco –él es un religioso y lo ha dicho desde la fe y no desde la política.
–Pero ha dicho que si de él dependiera, no habría reino –anticipó intrigante el otro asesor. “¡Que lo azoten!” agregó el Emir, ya furioso.
-¡Pero es el Obispo! –replicó urgente el asesor blanco.
-No importa. Él pone a sus fieles en tu contra. Deberías castigarlo igual, autoridad que no abusa pierde poder – sumó el asesor negro, en pugna con su par.
-Dos cosas, Emir – se apresuró a replicar el asesor blanco – En primer lugar el poder no es hacer todo lo que el poder permite, sino aquello que corresponde hacer porque es bueno para todos y puedes hacerlo. Y además nunca es bueno subestimar la altura del enemigo. Deberías convocarlo a dialogar y ver que puedes negociar con él.
           Entonces el Emir hizo una seña con la mano a su jefe de guardias y le ordenó: “Convócame al Obispo para una charla, mañana, y a estos dos, que los lleven a la plaza central y los degüellen por la nuca con una daga mellada, para que sepan quién es el Emir. 



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