EL
EMIR
Confundido y furioso,
el Emir, daba voces en la sala de audiencias del palacio, adonde se había
reunido con sus dos asesores íntimos, el Asesor Negro y el Asesor Blanco.
-Te ha provocado, mi
señor. Eso que ha dicho es casi una amenaza –dijo, sin titubeos el asesor
negro. “¡Que lo encierren!” gritó el Emir ofendidísimo.
-Pero Señor –dijo el
asesor blanco –él es un religioso y lo ha dicho desde la fe y no desde la política.
–Pero ha dicho que si
de él dependiera, no habría reino –anticipó intrigante el otro asesor. “¡Que lo
azoten!” agregó el Emir, ya furioso.
-¡Pero es el Obispo! –replicó
urgente el asesor blanco.
-No importa. Él pone a
sus fieles en tu contra. Deberías castigarlo igual, autoridad que no abusa
pierde poder – sumó el asesor negro, en pugna con su par.
-Dos cosas, Emir – se apresuró
a replicar el asesor blanco – En primer lugar el poder no es hacer todo lo que
el poder permite, sino aquello que corresponde hacer porque es bueno para todos
y puedes hacerlo. Y además nunca es bueno subestimar la altura del enemigo.
Deberías convocarlo a dialogar y ver que puedes negociar con él.
Entonces el Emir hizo una seña con la mano a su jefe
de guardias y le ordenó: “Convócame al Obispo para una charla, mañana, y a
estos dos, que los lleven a la plaza central y los degüellen por la nuca con
una daga mellada, para que sepan quién es el Emir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario