APRENDIZAJE
-¿Aparissi?
-¡Presente!
-¿Betancourt?
-¡Presente!
-¿Cortez?
Se hizo un silencio extraño en el curso.
Automáticamente, todos, miramos a Corina Cortez, que se sentaba en uno de los
primeros bancos, en la segunda fila, y miraba a la profesora sin emitir
palabra.
La profesora, con el poder y la autoridad que le
confieren el cargo y la función, dentro del aula, repitió con tono examinador,
severo: “¿Cortez?”
Corina ni desvió la mirada. La tenía casi enfrente,
e irrumpiendo el silencio reinante replicó, “Si usted me está mirando, y ve que
estoy acá, qué sentido tiene que le grite presente”
Son las normas de la institución, Corina –dijo la
profesora –cuando yo paso lista, el alumno me dice presente. ¿Y si el alumno no
contesta? Preguntó Corina con mucha educación. –Si el alumno no contesta se va
a la Dirección –Dijo la profesora evidentemente molesta.
-No tiene lógica, profesora –argumentó Corina
respetuosamente –si usted no puede certificar que el alumno está presente, no
puede enviarlo a la Dirección.
-Es que, en este caso, yo lo estoy mirando, al
alumno
-Eso tiene menos lógica aún, profesora. ¿Cómo puede
ser que ese método le sirva para amonestarme y no para certificar mi
asistencia?
La profesora, sensiblemente molesta, levantó la voz:
“Venís a este colegio desde primer grado, cómo puede ser que no hayas aprendido
nada”
-Sí que he aprendido, profesora –dijo Corina sin
modificar en nada su correctividad y elocuencia –he aprendido a pensar y
discernir, para forjar un criterio y aplicarlo en la medida en que sea
necesario. Lo que usted me está pidiendo es obedecer. ¿Qué la enorgullece más
habernos enseñado?
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