ACERCA DE LOS JARDINES DE FUNES
Los jardines de Funes
encierran una leyenda que ha trascendido por lo menos el último cambio de siglo
y que “La Sociedad
de los Antiguos”, formada sólo por los siete pobladores más antiguos de Funes,
relatan a sus descendientes so promesa de no divulgación de la misma a fin de
evitar que todo el mundo se mude a vivir a lo que ellos consideran su paraíso.
Esa leyenda advierte
acerca del hechizo que producen los jardines de Funes sobre quienes compran o
construyen su vivienda en dicho asentamiento, pero sobre todo declama el
conjuró que habrá de usarse cuando el hechizo les sea adverso.
Es que quienes
efectuaron el maleficio fueron nada más ni nada menos que las Damas del Orden
de Roldán, en su afán por mantener lo que ellas consideraban una distancia
prudencial deshabitada antes de arribar a su comuna.
En este orden de
cosas, quienes hayan caminado por las callecitas de Funes habrán podido
apreciar la vasta variedad de jardines que las adornan. Los hay adelante o
atrás de las viviendas, también abiertos, prolijos e iluminados; alambrados y
desprolijos, y están los encerrados, estos tienen la particularidad de estar
rodeados por un muro de ladrillos de entre un metro ochenta y dos metros de
altura, ocultando a la vista del paseante, todo lo que entre estos muros se
encuentre.
En la intersección de
las antiguas calles De La
Pasión y Del Olvido (Cabe aclarar que las calles eran
renombradas cada tres años para dificultar la filtración de la leyenda), se
erguía una hermosa casa de dos plantas, habitada por nuevos pobladores que se
presume descreían del mito, y a pesar de haber amurallado su jardín, por una
descuidada hendija podía verse una fuente en cuyo centro lucía la imagen en
mármol de una bellísima joven ataviada por una fina túnica y portando un cántaro
en su mano derecha. Puedo asegurarlo porque yo mismo la vi una noche en que
pasaba por allí buscando la casa de mi viejo amigo André Berger, conocido como
El Francés.
Ya instalado en su
casa lo primero que hice fue ponerlo al corriente del suceso, me miró con cara
de arquero que la tiene que ir a buscar adentro y me dijo que él pasaba todas
las mañanas por esa esquina y que había visto la fuente pero con la imagen de
un mancebo; en ese momento hizo su entrada la flaca, su eterna compañera, con
la cena e interrumpimos la conversación.
No obstante, la duda
se había generado en mí; recordé a mi viejo profesor de periodismo que siempre
me decía que ante la duda se debía analizar el origen de la información, así
que decidí que a la mañana siguiente iría personalmente hasta esa casa para
hacer las averiguaciones pertinentes.
Así lo hice, a las
diez de la mañana toqué el timbre de la vivienda, y para sorpresa mía quien me
abrió la puerta era justamente la niña de la fuente. Fue tal mi estupor que no
pude articular palabra, ante mi balbuceo inentendible la jovencita puso una
monedas en mi mano y se volvió a encerrar. Cuando recuperé la tonicidad
muscular y el movimiento di vuelta la esquina para ver nuevamente esa fuente y
efectivamente, mal me pese, había en su centro la imagen de un muchacho. Me fui
rápido a casa, dubitativo, estupefacto, con la idea de volver a la noche. Así
pude corroborar lo insólitamente cierto, que la estatua de la fuente cambiaba
según la hora del día en que se la viera; de noche era una bella dama y de día
un apuesto joven.
Cuatro días con sus
noches estuve encerrado en mi habitación, con libros de historia,
enciclopedias, atlas, cavilando al respecto; a la quinta noche fui a buscar al
Francés para mostrarle el llamativo misterio y pedirle que me acompañara a
hablar con los dueños de casa.
Al tocar el timbre nos
recibe un joven muy amable, con la voz suave, y atento en sus gestos pero
evidentemente colmado de tristeza. Nos presentamos y muy respetuosamente le
solicitamos que nos permita ver la fuente que ostentaba en su jardín trasero,
enseguida los ojos se le llenaron de lágrimas y con un paso atrás nos franqueó
la entrada. Delante de la fuente había un sillón instalado haciendo evidente
que allí se sentaba pasando largas horas observándola. Cuando le dije que había
estado la semana anterior de mañana y que esa moza, que hoy era la estatua,
había sido quien me había abierto la puerta, rompió en llanto, se desmoronó
sobre el sillón y nos contó su sufrimiento:
Recién casados, con su joven esposa decidieron
construir esa casa en Funes y mudarse cuanto antes; la misma noche que lo
hicieron escucharon, a la madrugada, ruido de vidrios rotos, cuando él llegó al
living investigando el origen de esos ruidos, efectivamente habían arrojado una
piedra con una nota atada, al leer la misiva se da cuenta de que se trataba de
un hechizo efectuado por Las Damas Del Orden de Roldán.
Nos acercó la esquela
que guardaba celosamente en un cajón de su escritorio, bajo llave, y en ella
podía leerse:
“COMO EL SOL Y LA LUNA, REINAN EN EL AÑIL, REINARÁN USTEDES EN SU
EDÉN”
Y desde entonces viven
el uno de día y el otro de noche, sólo se encuentran algunos segundos dos veces
al año, para los equinoccios.
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