lunes, 25 de abril de 2016

LA DIMENSIÓN DE LA VERGÜENZA


                  Mucha gente me ha dicho que lo de las sociedades offshore no le preocupa, porque todos los gobiernos roban y ellos deben levantarse, igualemtne, a diario para ir a trabajar, para ganarse el sustento.

                   Lo dicen sin el menor análisis. Lo dicen sin ponerse colorados, es decir sin sentir vergüenza. No son culpables. No. La vergüenza es el sentimiento que despliega, en segundos, todo un sistema de valores, y el lugar de uno y los otros frente a ese sistema, no necesariamente compartido.

                  No siempre la vergüenza se activa en la falta. En muchas oportunidades habrán escuchado la frase "vergüenza ajena", es que en ocasiones se descubre ante nosotros cierta desvergonzada vileza de otro individuo que incurre en una acción que menoscaba los valores mínimos que se comparten en una comunidad. Es otra dimensión de la vergüenza.

                 Pero qué pasa cuando esta atraviesa la posición de lo público, cuando descubrimos, por ejemplo, los esfuerzos de un hombre mediocre por ascender en la escala social acopiando poder para imponerse frente a los otros y deponer así su insignificancia. Es la que aún persiste en nuestra memoria cuando en plena manifestación pública, tras la huída de un presidente en helicóptero, veíamos los cuerpos ensangrentados yaciendo en medio de una plaza.

                      Es lo que vemos ante una crisis económica colectiva, que suscita una revisión generalizada de la moral de una nación. Porque empujar a las personas a las fauces de la desgracia de la desazón económica, es provocar, ante la imposibilidad de elegir un camino laboral, alternativas que dan la espalda a aquellos procesos que el mismo gobierno declama combatir (la trata de personas, el tráfico de narcóticos, el contrabando, por decir lo menos). He aquí la vergüenza generalizada.

                      Cada vez que en una documental vemos a Hitler gritando sus consignas y gesticulando como un mal clawn, lo más preocupante no es el monigote, sino la masa enardecida que festeja sus histéricos ademanes, y que fue la misma que a través del voto lo llevó al estandarte que luego la llenó de vergüenza masiva ante el mundo.

                       Entonces yo le digo a esas personas a las que me refería en el primer párrafo que ignorar la dignidad ajena, es decir devenir en canalla por omisión, es tan vergonzoso como tomar el látigo y ser uno mismo el verdugo encargado de flagelar a los que perdieron su oportunidad. Entonces Friedrich Nietzsche tenía razónen "La gaya ciencia" cuando remata con una verdad pragmática que sale indemne frente a la refutación más indecente e incidiosa: ¿Cuál es el sello de la libertad alcanzada? Ya no avergonzarse más ante sí mismo.


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