FLOW
El centro de la ciudad
estaba aburguesado, las periferias empobrecidas, la clase media que no podía
vivir en el centro se alejó de la ciudad y los pobres se alejaron aún más para
huir de la degradada urbanización. Por doquier se desplegaba un microcosmos
social entre personas afines, como si hubiera que poner la mayor distancia
entre uno mismo y las categorías sociales menos favorecidas.
Las calles
descuidadas, sucias, carentes de recolección de residuos, ahondaban la
desigualdad, y los barrios de los sectores populares eran identificados oficialmente
como “zonas peligrosas”. El gran
relato de la integración se había desdibujado. La solidaridad se declaraba de
manera rimbombante pero no se practicaba. En todo caso, los mejor intencionados
hacían algo de beneficencia o colaboraban con grupos de caridad, que lejos estaban
de reconocer la igualdad fundamental: “los
hombres nacen libres e iguales”, sino que a través de esas donaciones,
surgidas a partir de la compasión -lo que también les daba su valor- se liberaban
ciertos fantasmas culposos que no hacían más que reforzar las teorías de
responsabilidad.
El gobierno estaba en
poder de “Los del Uno”, que no era un
partido político. Su nombre provenía de pertenecer al uno por ciento de mayor
riqueza concentrada. Ellos decidían y regían los destinos de la ciudad. Tenían
también las finanzas, la seguridad, el comercio, la prensa, la educación, la
cultura y la salud en sus manos. Estaban coordinados por un Director Supremo
que reinaba pero no gobernaba, firmaba pero no decidía, pero era el único en
aceptar el costo político y cobraba por eso.
En esa ciudad vivía
Viyí. En las afueras. Bien afuera. Pero trabajaba en el centro, viajaba, desde
su hogar, todos los días en “El
integrado”. La estación quedaba a dos cuadras de su casa y bajaba a las
puertas del amurallado centro mismo, desde donde caminaba, ya que adentro, para
evitar la polución, solamente circulaban los autos de “Los del Uno”, que eran unas máquinas de gran avanzada que no emitían
gases porque contaban con ingeniería ecológica de última generación. Importada.
Era menester estar
siempre bien identificado en el centro, porque la “Grand Gard”, que era una súper policía con amplias atribuciones,
tenía penas muy estrictas si no lograban determinar los antecedentes de alguien.
Viyí se manejaba muy bien con todas esas costumbres, además al trabajar
cincuenta y seis horas semanales, de lunes a sábado, tampoco le quedaba mucho tiempo
para andar paseando por ahí, ni para hacer compras en los centros comerciales,
que eso sí tenían permitido, pues el dinero les quedaba a “Los del Uno”. Poseía mucha habilidad para administrar sus horas
libres después del trabajo. Para no perder el transporte que lo llevaba de
regreso a su casa, que por decreto, debía dejar de funcionar dos horas después
del cierre del comercio. Esta medida se tomó debido a que eran excesivas las
quejas de los habitantes por la cantidad de sospechosos oscuros que pululaban
por los lugares brillantes.
Viyí vivía amoldado a
su status quo, no se sentía incómodo,
y era consciente que debía moderar sus aspiraciones a la altura de sus
ingresos, y que uno de los bienes más preciados que poseía era justamente su
empleo, ya que no eran suficientes para todos, y los de afuera los anhelaban de
manera codiciosa. El problema le sobrevino cuando su mamá enfermó
repentinamente. Sin pensarlo un solo minuto la tomó entre sus brazos y salió
con ella hacia el Sanatorio Central, que sabía, era el único en condiciones y
sin carencias. Al entrar a deshora al Centro fue detectado por la “Grand Gard”
que enseguida le pidió las credenciales correspondientes, y tras
escanearlas le advirtió que debía irse, ya que su identificación era de
trabajador diurno. Viyí intentó que el agente ponderara la delicada situación
de su madre, pero todo su esfuerzo fue en vano. En un tono bastante más duro y
determinante le exigió que abandonara el centro con la advertencia de que su
madre tampoco estaba acreditada para utilizar los servicios del Sanatorio
Central.
Sin remedio y colmado
de ira se dirigió a un hospital, priorizando ante todo la salud de su madre,
que después de esperar toda la noche en la sala de guardia a que se desocupara
una cama, quedó internada con un estado de salud muy débil. Lo primero que el
galeno le advirtió a Viyí es que no tenían en existencia los medicamentos que
ella necesitaba.
Ya hacía muchos años
que “Los del Uno” no proveían a estos
hospitales por considerar que “Los
Oscuros”, que eran férreos opositores al sistema, los asaltaban
apoderándose de todo cuánto tenían en la farmacia y la enfermería, por lo tanto
habían decretado no hacer más inversiones al respecto, aún a costa de la salud
de los alejados, como se llamaba a
los habitantes de esos suburbios.
Una vez que Viyí
compró los medicamentos que necesitaba su mamá y vio que se quedaba tranquila y
cuidada se dirigió a su trabajo de todos los días, algo cansado debido a la
vigilia y el trajín abordó “El integrado”,
en el que viajó haciendo un gran esfuerzo para no dormirse. Al llegar a su
trabajo se encontró con la sorpresa de que el gerente de planta lo estaba
esperando en su despacho, y había dado la orden de ser visto antes de que
tomara el servicio laboral. Allí fue puesto en conocimiento de lo delicado de
su situación ante las autoridades, ya que al haber intentado ingresar al centro
a deshora estaba considerado “sospechoso” por el sistema de seguridad, lo que
implicaba un compromiso con el sistema si lo seguían manteniendo en la firma,
consecuentemente se le anunció la desvinculación total de la empresa, tras lo
cual se le retiró la credencial de ingreso al centro y la tarjeta de acceso al
transporte.
Viyí, a pesar de su
perplejidad, intentó argumentar para su defensa explicando la enfermedad de su
madre y la urgencia que lo había aquejado la noche anterior, pero no logró ser
escuchado, y la “Grand Gard” envió a un
móvil que lo escoltara hasta confirmar su salida del centro. Los días
subsiguientes los dedicó al cuidado de la enferma, aunque la suerte no lo
acompañó. Los médicos le dijeron que habían hecho todo lo que estaba a su
alcance, y que de haber estado internada en el Sanatorio Central hubiese salido
adelante sin dificultades.
Con el cadáver de su
madre a cuestas, y los últimos ahorros, se dirigió al crematorio “La Bruma”. Sin pompas ni homenaje procedió
a la reducción de los restos, que guardó en una urna de aluminio, simple,
barata, que más parecía una escupidera, y que terminó completando un rincón
vacío en la vieja y despintada casa que habitaban, hasta hacía muy poco,
juntos.
Se sentó en la cama,
frente al espejo, masticando bronca, mucha bronca. En muy poco tiempo se había
quedado sin nada, hasta sin convicciones. Ya no tenía nada que perder y todo le
daba igual, así que salió intempestivo hacia la aldea de los callejones, allí
habitaban “Los Oscuros”, y ese era su
objetivo.
No le costó nada, y
tardó muy poco en armar la resistencia, porque el desaliento y la
incertidumbre, que es el peor estado del hombre, reinaban en el ánimo y el
aliento de cada ciudadano desde que fueron excluidos del centro. Cuando eso
sucedió nadie hizo nada, pero produjo un enojo general, en todos, y ese enojo
se extendió a lo largo del tiempo, y bien sabido es que el enojo prolongado
produce resentimiento. Y eran muchos, sin nada que perder, y con ansias de
justicia. Y como si eso fuera poco, acababa de nacer un nuevo líder.
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