SAPO
Los sucesos en la vida
de las personas no se dan por azar sino como consecuencia. Algunos de ellos
tienen una lógica predecible, mientras que existen otros que se encuentran
impregnados de una irracionalidad más vinculada al delirio que a la fantasía,
si con ella nos referimos al poder de la imaginación humana. Y esa mañana el
pueblo de Burbury se hallaba sencillamente alborotado debido a un hecho que
había ganado la calle desatando, en la misma medida, una satisfacción
desinteresada por un lado, y un desinterés satisfactorio por el otro. Es que
Salaberry era un petimetre petulante,
engreído y desagradable que había hecho de manera natural todo aquello que
cualquiera debería esforzarse en lograr para rodearse de enemigos.
Toda la gente
comentaba lo sucedido, en el atrio de la iglesia, a la salida de la misa, y el
cura intentaba minimizar los hechos repartiendo bendiciones a troche y moche.
Las mujeres lo repetían más tarde en el mercado. Era motivo de conversación en
la mesa del dominó de los ancianos en el Club Social y Deportivo, mientras que
los hombres mayores más jóvenes lo charlaban en el campo de críquet durante el
partido.
Todos, en mayor o
menor medida, se hallaban impactados por la noticia, y no era lo de menos, sin
embargo el inicio de la historia refiere a años anteriores, cuando Paulie, la
hija del fabricante de sombreros, cumplió la mayoría de edad y decidió volver a
vivir al pueblo, de donde se había ido, para estudiar veterinaria.
El caso es que
Salaberry se había sentido impactado por la belleza de Paulie desde un
principio, y su primer impulso fue no dejar de observarla, para lo cual dedicó
gran parte de su día, todos los días, a seguirla. Evitaba ser detectado,
disimulaba sus intenciones, a veces la seguía de atrás, otras se adelantaba,
para mirarla de frente, entraba a las tiendas que ella entraba y compraba cosas
que le resultaban inútiles e innecesarias con tal de no perderla de vista, y
como el dinero nunca fue un obstáculo para él, se fue haciendo de una tracalada
de objetos que podía revender en cualquier pueblo vecino. Era avaro, codicioso,
sin embargo lo empleaba como herramienta para conseguir sus objetivos. Cuando
colmó toda una habitación con las cosas que había comprado en su cometido
cambió de estrategia y decidió conquistarla. La visitaba en su casa o en el
negocio de su padre llevándole regalos, o la interceptaba en la calle
obsequiándole flores, cajas de bombones, perfumes, o inclusive muchas de las
cosas que había comprado anteriormente. Cuando vio que su esfuerzo se estaba
volviendo inútil decidió elevar el valor de los presentes, y comenzó a asediar
a la muchacha con anillos, brazaletes, collares y pendientes, uno más valioso
que el próximo, que le eran devueltos en el mismo orden en el que los regalaba.
Entendió entonces que debía hacer un cambio y creyó conveniente ir directamente
a hablar con el sombrerero y proponerle un trato. Hizo hacer un análisis de la
industria del sombrero en la actualidad, con una proyección evolutiva de los
próximos cincuenta años, y confiado en que haría una propuesta irresistible,
llevó una maleta con una suma de dinero para nada despreciable. Dicho en otras
palabras intentó comprarle la chica al padre. Demás está decir que fue sacado a
patadas de la sombrerería junto con todos sus billetes.
Resultaba
incomprensible, para él, que alguien pudiese resistir a la tentación del dinero,
su concepto era que todo estaba en venta, y no tenía más religión que la moneda
de curso legal. No obstante, dadas las circunstancias, sintió que cercenaban
sus alternativas, una de ellas era secuestrarla y levársela por la fuerza, pero
no se animó arriesgarse a recibir otra paliza, así que usó la otra, el último
bastión, el manotazo de ahogado, fue personalmente a ver a Isadora, la anciana
gitana que leía el futuro, preparaba pociones mágicas y elíxires para el amor.
En más de una oportunidad la había corrido de la vereda de su casa. Una vez en
que la sorprendió durmiendo en un banco de la plaza la había golpeado con el
paraguas, y en otra oportunidad mintió que le había robado unas monedas y le
hizo pasar un par de días en la comisaría. Pero fiel a sus principios metió
unos fajos de billetes en una bolsa de papel y encaró hasta la casa de la
anciana, llamó insistente con la aldaba de la puerta hasta ser atendido por la
mujer, que lo hizo pasar a una sala con muchas alfombras, cortinas y
almohadones, sin muebles de ningún tipo, encendió un habano, se sentó entre los
almohadones, le hizo una seña a Salaberry con la mano para que la siga y se
dispuso a escucharlo. El hombre fue escueto, le dijo “Quiero a Paulie” y le
arrojó el paquete con el dinero. Ella corrió el envoltorio junto a su pierna,
tanteando disimuladamente, con la mano, su volumen, para tratar de adivinar la
cantidad, y mirándolo fijo le requirió “Usted dígame exactamente lo que desea,
yo se lo haré realidad” Ni lerdo ni perezoso Salaberry ordenó “Un primer beso,
y después vivir con ella” La mujer le dio unas indicaciones que debía cumplir
al pie de la letra, y así fue. Dejó pasar doce días y el viernes a la noche se
coló por la ventana del dormitorio de la chica, se arrodilló junto a su cama, y
la besó.
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