jueves, 25 de febrero de 2016



SAPO



Los sucesos en la vida de las personas no se dan por azar sino como consecuencia. Algunos de ellos tienen una lógica predecible, mientras que existen otros que se encuentran impregnados de una irracionalidad más vinculada al delirio que a la fantasía, si con ella nos referimos al poder de la imaginación humana. Y esa mañana el pueblo de Burbury se hallaba sencillamente alborotado debido a un hecho que había ganado la calle desatando, en la misma medida, una satisfacción desinteresada por un lado, y un desinterés satisfactorio por el otro. Es que Salaberry  era un petimetre petulante, engreído y desagradable que había hecho de manera natural todo aquello que cualquiera debería esforzarse en lograr para rodearse de enemigos.

Toda la gente comentaba lo sucedido, en el atrio de la iglesia, a la salida de la misa, y el cura intentaba minimizar los hechos repartiendo bendiciones a troche y moche. Las mujeres lo repetían más tarde en el mercado. Era motivo de conversación en la mesa del dominó de los ancianos en el Club Social y Deportivo, mientras que los hombres mayores más jóvenes lo charlaban en el campo de críquet durante el partido.

Todos, en mayor o menor medida, se hallaban impactados por la noticia, y no era lo de menos, sin embargo el inicio de la historia refiere a años anteriores, cuando Paulie, la hija del fabricante de sombreros, cumplió la mayoría de edad y decidió volver a vivir al pueblo, de donde se había ido, para estudiar veterinaria.

El caso es que Salaberry se había sentido impactado por la belleza de Paulie desde un principio, y su primer impulso fue no dejar de observarla, para lo cual dedicó gran parte de su día, todos los días, a seguirla. Evitaba ser detectado, disimulaba sus intenciones, a veces la seguía de atrás, otras se adelantaba, para mirarla de frente, entraba a las tiendas que ella entraba y compraba cosas que le resultaban inútiles e innecesarias con tal de no perderla de vista, y como el dinero nunca fue un obstáculo para él, se fue haciendo de una tracalada de objetos que podía revender en cualquier pueblo vecino. Era avaro, codicioso, sin embargo lo empleaba como herramienta para conseguir sus objetivos. Cuando colmó toda una habitación con las cosas que había comprado en su cometido cambió de estrategia y decidió conquistarla. La visitaba en su casa o en el negocio de su padre llevándole regalos, o la interceptaba en la calle obsequiándole flores, cajas de bombones, perfumes, o inclusive muchas de las cosas que había comprado anteriormente. Cuando vio que su esfuerzo se estaba volviendo inútil decidió elevar el valor de los presentes, y comenzó a asediar a la muchacha con anillos, brazaletes, collares y pendientes, uno más valioso que el próximo, que le eran devueltos en el mismo orden en el que los regalaba. Entendió entonces que debía hacer un cambio y creyó conveniente ir directamente a hablar con el sombrerero y proponerle un trato. Hizo hacer un análisis de la industria del sombrero en la actualidad, con una proyección evolutiva de los próximos cincuenta años, y confiado en que haría una propuesta irresistible, llevó una maleta con una suma de dinero para nada despreciable. Dicho en otras palabras intentó comprarle la chica al padre. Demás está decir que fue sacado a patadas de la sombrerería junto con todos sus billetes.

Resultaba incomprensible, para él, que alguien pudiese resistir a la tentación del dinero, su concepto era que todo estaba en venta, y no tenía más religión que la moneda de curso legal. No obstante, dadas las circunstancias, sintió que cercenaban sus alternativas, una de ellas era secuestrarla y levársela por la fuerza, pero no se animó arriesgarse a recibir otra paliza, así que usó la otra, el último bastión, el manotazo de ahogado, fue personalmente a ver a Isadora, la anciana gitana que leía el futuro, preparaba pociones mágicas y elíxires para el amor. En más de una oportunidad la había corrido de la vereda de su casa. Una vez en que la sorprendió durmiendo en un banco de la plaza la había golpeado con el paraguas, y en otra oportunidad mintió que le había robado unas monedas y le hizo pasar un par de días en la comisaría. Pero fiel a sus principios metió unos fajos de billetes en una bolsa de papel y encaró hasta la casa de la anciana, llamó insistente con la aldaba de la puerta hasta ser atendido por la mujer, que lo hizo pasar a una sala con muchas alfombras, cortinas y almohadones, sin muebles de ningún tipo, encendió un habano, se sentó entre los almohadones, le hizo una seña a Salaberry con la mano para que la siga y se dispuso a escucharlo. El hombre fue escueto, le dijo “Quiero a Paulie” y le arrojó el paquete con el dinero. Ella corrió el envoltorio junto a su pierna, tanteando disimuladamente, con la mano, su volumen, para tratar de adivinar la cantidad, y mirándolo fijo le requirió “Usted dígame exactamente lo que desea, yo se lo haré realidad” Ni lerdo ni perezoso Salaberry ordenó “Un primer beso, y después vivir con ella” La mujer le dio unas indicaciones que debía cumplir al pie de la letra, y así fue. Dejó pasar doce días y el viernes a la noche se coló por la ventana del dormitorio de la chica, se arrodilló junto a su cama, y la besó.

A la mañana siguiente, cuando Paulie despertó y vio ese sapo tristón croar sobre la almohada lo tomó entre sus manos, lo sacó al jardín y poniéndolo junto a una piedra, al pié de un paraíso le dijo “Desde ahora este será tu hogar”. 

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