NOMBRES
A todo el mundo le
llamó siempre la atención que le pidiera a la gente su nombre. Se lo pedía al
mozo del restaurante, al conductor del taxi, a la mucama del hotel. Incluso
ellos mismos, muchas veces, me preguntaban ¿Para qué? ¡Para nombrarlos! les
respondía. Todos tenemos un nombre que nos identifica, por más que se repita en
otros, cada uno es diferente por pertenencia. Un nombre que fue elegido con
amor, que nos pertenece únicamente a nosotros. Un nombre para que cuando
alguien necesite llamarnos, con su sola mención ya sepamos que se trata de
nosotros. Además es algo de lo que todos tenemos uno o dos, algunos hasta tres,
sin importar la clase social, la religión, el idioma o la etnia. Nos pertenece,
viene con nuestro linaje, es heredad. ¿Qué puede haber más importante que el
nombre? No es normal dirigirse a la gente por su profesión, arte u oficio. Nos
parecería ridículo decir él es mi amigo fontanero, o mañana iré a lo de
lavacopas, o esta semana cenaremos en lo de pianista y camionero. El nombre, en
cambio, impacta, lleva nuestra estirpe, nos caracteriza, habla de nosotros
aunque no estemos allí. El nombre nos nomina y nos hace únicos. Aquel que
necesite usar un cargo o una función en lugar de su nombre tiene serios
problemas de personalidad. Pues todo el que dependa de una jerarquía para ser,
realmente no es nadie. Otra característica del nombre es que aproxima,
empareja, iguala. Y no es contradictorio, porque en esa diferencia que nos
proporciona el nombre, en tanto que individuos, subraya y acentúa la igualdad
de todos ante la ley. El nombre baja al hombre del pedestal y lo instala sobre
la faz de la tierra más allá de sus logros. Si mencionamos a César, Alejandro,
Atila, Ulises, Homero, Leonardo, Amadeus, Rafael, Jesús, seguramente habrá un amplio
porcentaje de personas que identificará a quiénes estamos haciendo referencia,
aún sin conocer sus biografías ni determinar sus mayores obras. El nombre
reivindica al hombre como individualidad biológica, sujeto libre, y lo instala
en un colectivo a partir de la conciencia de sus determinaciones, y si desde
ahí alcanza a afirmar su verdadera diferencia, habrá trascendido, y entonces
además de ser verdadero universalizará su nombre.
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