EL
NOMBRE DE LAS COSAS
Tengo esa rara sensación
del encierro, la boca reseca de los que no tienen voz, y el sabor amargo de los
fusilados, ese gusto a pólvora que te dejan masticando las revoluciones, y los
ojos humedecidos con lágrimas que no se animan a brotar en llanto porque aún
quieren creer que existe una posibilidad. Despacito orejeo los naipes de mi
mano mientras rezo en silencio para que haya juego. No deseo que me provoquen,
no es positivo sacar lo peor de nadie, digo yo ¿Por qué no se dedican a hacer
aquello para lo fueron elegidos y dejan la revancha para cuando estemos bien,
para cuando ya no haya más nada que salvar? Pero ahora están hundiendo la
Nación solo por venganza. Porque ellos ya están hechos. ¿Qué es lo peor que les
puede pasar? Tomarse el helicóptero y, en el viaje ir transfiriendo fondos con
la tablet. ¿Y los que el 10 de diciembre caminaban por el borde? ¿Los que ya no
llegaban a fin de mes? ¿Los que tenían que pensar cada día qué iban a poner sobre
la mesa? Porque nosotros, los del medio, tal vez podamos pilotearla, qué sé yo,
la vamos llevando. Pero si pensás en Nación tenés que pensar en todos. Y no
tomarlos por boludos, creyendo que si les ocultamos las noticias las cosas no
pasan. Tengo esa rara sensación que hace cuarenta años no sentía. En aquellos tiempos
me convencieron que era miedo, pero no. ¡¡¡Asco se llama...!!!
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