jueves, 31 de marzo de 2016

PERROS DE LA CALLE



Esa madrugada atravesé la ciudad desde la terminal de ómnibus Mariano Moreno hasta el mismísimo monumento a la bandera, esquivando charcos y cortando las calzadas por el medio, parecía un perro de la calle. Me crucé con un borracho que salía de un barcito de mala muerte de la calle Cafferata y se sorprendió al verme, con ojos de susto se pegó de espaldas a la pared y balbuceaba algo inentendible. No soy el único, pensé. Continué mi camino sin demora, necesitaba llegar cuanto antes a destino, mi amiga Maya me había llamado al móvil llorando y no quiso contarme nada sino personalmente. A veces impresionan los fantasmas que alberga esta ciudad. Cuando me estaba acercando al lugar de encuentro alcancé a divisarla sentada en un banco del parque, cuando llegué estaba llorando. Lo que vi era impresionante, tenía la boca hinchada y amoratada, el pómulo izquierdo con un pequeño corte y el ojo derecho casi cerrado por la hinchazón. La pechera de su buzo ensangrentada, y cuando me mostró las magulladuras de su cuerpo fue peor, las costillas, las piernas a la altura de los muslos, la entrepierna. Te violaron, le espeté sin titubeos, fue una entrega, me dijo, fue Franky. Era su novio, o por lo menos, era lo que le había hecho creer. Un muchacho bastante mayor que ella, muy bien parecido, con mucha calle, al que nadie conocía muy bien, y del que se decían un millón y medio de cosas, y ninguna buena. En realidad sus acciones eran peores que las que se le asignaban imaginariamente por eso no me extrañó el relato de Maya. La llevé a casa para que se diera un baño y le conseguí ropa de mi hermana para cambiarse, después nos tiramos en mi cama y la abracé, así nos dormimos.

Cuando mamá llamó era pasado el mediodía.

Como Maya no deseaba que nadie supiera que estaba allí, salí yo y traje la comida al cuarto. Se comió en silencio mientras el carrusel recorría estruendoso los pasillos y recovecos internos alentando quién sabe qué fantasmas o verdugos. Me pidió dormir la siesta y la dejé, mientras tanto continué leyendo, en silencio, “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas”, de Haruki Murakami. ¿Cuánto habrá de cierto entre todas estas palabras? Pensè. Muchas veces detuve la lectura para observarla dormir, en la incertidumbre de saber de qué modo solicitaría que la ayude. Aunque podía llegar a imaginarlo. Un año atrás, su intervención, me salvó la vida, así que le debía lealtad, y ella sabía que contaba con eso.

La alternativa de la denuncia policial era inexistente, Maya tenía antecedentes, y de los feos, con drogas y esas cosas, así que esto requería de un arreglo personal. Si hubiera habido un padre o un hermano les hubiera correspondido a ellos, pero el primero desapareció como rata por tirante, y el otro murió a los catorce con un par de balas policiales, para la justicia eran legales, aunque nunca se aclaró. Cuando despertó solo habló para pedirme cargar el teléfono móvil, conecté el cargador y le pregunté si no quería que lo habláramos con Pastor, él tiene amigos policías. –No confío en nadie que sea amigo de la policía –me dijo, y siguió –yo te tengo a vos.

Al anochecer fuimos al cine, la película la eligió ella, “Amy, la chica detrás del nombre”, creo que, de alguna manera, ella pretendía ser Amy, verse así de independiente, liberada, resuelta y fuerte, sin tener en cuenta que murió a los veintisiete años de un paro cardíaco producto de todos sus excesos, de los cuales no podía independizarse. Evidentemente no era un buen parámetro, y quizás haya sido la responsable de que Maya tomara, en su vida, solo malas decisiones, aunque contaba con el agravante de no tener a nadie que la contuviera y aconsejara, su madre era casi tan perjudicial como su entorno, solo basta con saber que también se acostaba con Franky.

A la salida fuimos a comer pizza a “La Argentina”. Estuve pensando, me dijo, lo quiero marcar, tajearle la eme mayúscula en el pecho, para que cada vez que se saque la camisa se vea. Dicho esto quedó en silencio y compulsivamente salió a la vereda y encendió la tuca que siempre llevaba consigo. Pagué la cuenta y salí a hacerle compañía. Vos me tenés que ayudar, sentenció, y aspiró el humo hasta que se le llenaron los ojos de lágrimas, yo te voy a decir cómo, agregó, y ahí se cerró la conversación.

La ciudad lucía silenciosa, entonces la imaginé amurallada y poblada por unicornios y habitantes que perdieron su alma y su sombra, como la del despiadado país de las maravillas, de Murakami. Tal vez sea ese el motivo por el cual le pedí que no se despojara de su sombra, pero ella no entendió, y tampoco continuó la conversación, estaba obsesionada con su venganza.

La abandoné en la puerta de su casa. Ya era la madrugada del otro día y yo quería descansar. –Mañana te llamo –me dijo, y con un beso en la mejilla entró sin mirar hacia atrás.

Estimaba que al volvernos a encontrar sus pensamientos se habrían esclarecidos. Deseaba que reflexionara antes de tomar cualquier determinación. Alentaba en mí la esperanza de persuadirla para que me acompañara “al país de las maravillas”, quería arrancarla de “la ciudad amurallada” y devolverle su sombra. Obviamente no había tenido en cuenta que para lograrlo era indispensable que ella también lo deseara.

Nos encontramos en Esmeralda y Viamonte a pedido suyo. Tenía una campera deportiva con la capucha puesta, pero podía identificar su manera de caminar a la distancia. Cuando llegué, antes de saludarme, dijo, acá cerca está el galpón de Benito, y lo tiene desocupado, es un buen lugar para la marca. Yo simplemente la invitaba a que reflexionemos juntos, -¿Y qué ganás vos con eso? –pregunté, en lo que intentaba ser un ejercicio de mayéutica. Maya respondió con fiereza, -que no pueda estar con nadie más sin que sepa que ya estuvo conmigo-
-Está bien. Pero yo te pregunto qué ganás vos-
-No me compliqués –dijo enojada –vos me debés lealtad-
-Lealtad sí, pero no obediencia-
Furiosa, como estaba, le hizo señas a un taxi y se marchó. Ese es el problema con “el fin del mundo”. Los que pierden su sombra pierden el contacto con todo, incluso con su memoria, y ya no tienen pasado. Me di cuenta en ese instante que mi función en esta historia no era otra que la del “lector de sueños” y ayudar a Maya a huir con su sombra.

La llamé al móvil, ya eran como las diez de la noche, ya está en el galpón de Benito, le dije, me ayudaron los pibes de la vía. Encontrémonos ahora.

Ya, los dos, frente a frente, le repetí la misma pregunta -¿Qué ganás vos con esto?
-¡Vos no vas a entender nunca! –me gritó, –toda mi vida estuve evitando tipos. A mi tío, al carnicero, al viejo impresentable del bastón de caña. Mi vieja negociaba conmigo, por dos mangos con cincuenta, con cualquiera. Y yo esquivaba el bulto una y otra vez. ¿Sabés para qué? Para mantenerme virgen para el tipo que amara. Y cuando encuentro a ese tipo, me entrega como un paquete, me pasa de mano en mano como un faso. ¿Qué soy yo, una tira de asado que se comparte con los amigos?
-Te pido que me escuches atentamente, Maya. Que escuches lo que te pregunto y trates de responderlo. ¿Qué ganás vos, en lo personal, con lo que pensás hacer? ¿Te devuelve la virginidad? ¿Te hace un ser superior sobre el resto de las personas? Además no creas que Franky se va a quedar con los brazos cruzados. Vas a desatar una cadena de represalias.

La ira no se hizo esperar, gritó, pataleó, insultó, si hubiera tenido a mano su guitarra hubiera atinado a partírmela en la cabeza, creo, lloró, desconsoladamente lloró. La dejé hasta que se calmara sola, sabía que era inútil cualquier intento. En un momento buscó el refugio de un abrazo que, sabía, nunca le negaría. Nos conocíamos desde que ella estaba en la cuna, vivíamos en el mismo pasillo, ya de chicos jugábamos en el mismo barrial, y los días de lluvia nos armábamos refugios con cajas de cartón y bolsas de nylon. Nuestras familias, si es que se les puede llamar así, estaban confiadas de nosotros, o de lo contrario debo creer que les éramos totalmente indiferentes. Crecimos en el mismo barrio como hermanos, y teníamos nuestro códigos, y el más importante era el de aceptarnos tal cual éramos y ayudarnos, y por más duros que fueran los tiempos, la amistad primaba siempre por encima de todo, aún a riesgo de la vida propia.

Cuando la vi calmada volví sobre la conversación y le aconsejé que lo dejara al novio en el galpón, total él no sabía quién lo había llevado allí, ni por qué. Estaba atado y con una capucha en la cabeza, en algún momento se iba a soltar y escapar, para ese entonces nosotros ya no debíamos estar en el barrio. Así, con lo puesto, nos mudamos más al centro, salimos a la superficie, como quien dice, y luchamos por volver realidad nuestros sueños. Ella fue la primera en conseguir trabajo, y se anotó para terminar los estudios. A mí me llevó más tiempo, pero no me importó porque pude escapar de los “semióticos” y ayudar a Maya a hacerlo, después de todo solo el amor puede guiar al “lector de sueños”.


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