viernes, 4 de marzo de 2016




FRAGILIDAD DE LA COHERENCIA



Era muy pequeño, recuerdo, cuando por primera vez, en el escritorio de mi padre, llegó a mis manos un libro.

Lo abrí con la fascinación con que otros niños abren el envoltorio de un chocolate, pero lo que encontré me sumergió en un mundo fantástico del que nunca pude regresar. Imágenes maravillosas que florecían ante mis ojos y que yo recorría y vinculaba a mi escasa noción de espacio. Esos paisajes se me imponían de improviso a pesar de haber pasado los años y ya contar con edad suficiente para el servicio militar, y a diferencia de mis compañeros, en mi equipaje me acompañaban libros y no revistas de súper héroes.

Esa fuerte conexión con la literatura, diría multidisciplinaria, fue otro elemento que me entusiasmó a recorrer una vida dedicada a completar los espacios libres con historias imaginarias volcadas en obras que se forjaron en mi cabeza con sensibilidad lectora desarrollando ambientes colmados de libros tal como si estos fueran objetos de deseo. Hasta que una mañana descubrí que esas lecturas contenían encriptadas palabras secretas, códigos, que al ser descifrados se convertían en un pasaje hacia la aventura descrita, y que mi humilde condición de espectador se transformaba en algo que iba más allá del utilitarismo y valoración de la lectura, me convertía en partícipe de la historia, y entonces ese libro se volvía un refugio, un sitio habitable con una dimensión y vigencia que me producían la sensación de pertenecer a ese mundo.

A partir de entonces la lectura, para mí, se había convertido en una manera de caza furtiva porque sabía que podía encontrar la llave que me transportara al centro mismo de la narración, y allí era donde comenzaba mi verdadera aventura. He estado con el General Custer intentando capturar y vencer al jefe Toro Sentado en las praderas de Manitú, conozco Macondo, hice una expedición a los indios ranqueles, me he hecho panzadas de placer viendo deducir a Holmes, una vez casi me hecha de su estudio porque no pude aguantar la risa de ver como discutía con Watson. Una noche comencé a recorrer escaleras que subían y bajaban sin conducirme a ningún lado y de alguna manera que desconozco entré a un laberinto circular que era como una gigantesca biblioteca con cientos de miles de volúmenes, no solo me sentía insignificante de pequeño sino que llegué a pensar que ya no había más palabras para escribir. Y comencé a sacarlos de sus anaqueles, atrevidamente los abría y todas esas historias me poblaban y se apoderaban de mí haciéndome vivir experiencias singulares e inolvidables. Uno detrás del otro me cautivaban, no podía dejar de leerlos pero tampoco podía hacerlo con todos, quería volver y para ello era necesario encontrar la llave, ese pasaje oculto que debía ser descifrado y que se encontraba en un libro único, un libro que había corrido el alto riesgo de nunca llegar a ser. Por eso le pido que entre tanta pared acolchada me instalen una biblioteca. ¿Me entiende doctor? 

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