FRAGILIDAD
DE LA COHERENCIA
Era muy pequeño,
recuerdo, cuando por primera vez, en el escritorio de mi padre, llegó a mis
manos un libro.
Lo abrí con la
fascinación con que otros niños abren el envoltorio de un chocolate, pero lo
que encontré me sumergió en un mundo fantástico del que nunca pude regresar.
Imágenes maravillosas que florecían ante mis ojos y que yo recorría y vinculaba
a mi escasa noción de espacio. Esos paisajes se me imponían de improviso a
pesar de haber pasado los años y ya contar con edad suficiente para el servicio
militar, y a diferencia de mis compañeros, en mi equipaje me acompañaban libros
y no revistas de súper héroes.
Esa fuerte conexión
con la literatura, diría multidisciplinaria, fue otro elemento que me
entusiasmó a recorrer una vida dedicada a completar los espacios libres con
historias imaginarias volcadas en obras que se forjaron en mi cabeza con
sensibilidad lectora desarrollando ambientes colmados de libros tal como si
estos fueran objetos de deseo. Hasta que una mañana descubrí que esas lecturas
contenían encriptadas palabras secretas, códigos, que al ser descifrados se
convertían en un pasaje hacia la aventura descrita, y que mi humilde condición
de espectador se transformaba en algo que iba más allá del utilitarismo y valoración
de la lectura, me convertía en partícipe de la historia, y entonces ese libro
se volvía un refugio, un sitio habitable con una dimensión y vigencia que me
producían la sensación de pertenecer a ese mundo.
A partir de entonces la lectura, para mí, se había
convertido en una manera de caza furtiva porque sabía que podía encontrar la
llave que me transportara al centro mismo de la narración, y allí era donde
comenzaba mi verdadera aventura. He estado con el General Custer intentando
capturar y vencer al jefe Toro Sentado en las praderas de Manitú, conozco
Macondo, hice una expedición a los indios ranqueles, me he hecho panzadas de
placer viendo deducir a Holmes, una vez casi me hecha de su estudio porque no
pude aguantar la risa de ver como discutía con Watson. Una noche comencé a
recorrer escaleras que subían y bajaban sin conducirme a ningún lado y de
alguna manera que desconozco entré a un laberinto circular que era como una
gigantesca biblioteca con cientos de miles de volúmenes, no solo me sentía
insignificante de pequeño sino que llegué a pensar que ya no había más palabras
para escribir. Y comencé a sacarlos de sus anaqueles, atrevidamente los abría y
todas esas historias me poblaban y se apoderaban de mí haciéndome vivir
experiencias singulares e inolvidables. Uno detrás del otro me cautivaban, no
podía dejar de leerlos pero tampoco podía hacerlo con todos, quería volver y
para ello era necesario encontrar la llave, ese pasaje oculto que debía ser
descifrado y que se encontraba en un libro único, un libro que había corrido el
alto riesgo de nunca llegar a ser. Por eso le pido que entre tanta pared
acolchada me instalen una biblioteca. ¿Me entiende doctor?
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