CAFÉ
VIRTUAL
Creo que a esta altura
ya está claro que Echesortu tiene magia, tiene ángel y misterio ¿No? Y tal vez
hasta en ese orden. La fortuna me dio la posibilidad de hacerme de amigos como
los que tengo, el calígrafo Balt-Hazar, la turca, Norita, Nakamatsu, la señora
Carlota, Lina. Y la maravilla más grande de este barrio consiste en poder vivir
a pleno sus secretos. Que de hecho ya sabemos que en cada esquina guarda uno,
aunque debo confesar que el que más me impactó fue conocer Café Virtual. Era enero
y había llovido una semana seguida, había humedad, vapor, tufo, todavía no
escampaba del todo y hasta podía verse algo de una débil neblina, la calle
Mendoza parecía Oxford street, en Londres, aunque jamás la analogía me llevaría
a la idea de que el Paraná fuese el Támesis, lo cierto es que costaba respirar
en ese ambiente, y caminar era un verdadero suplicio. Buscaba un bar con aire
acondicionado, con poca gente, que tuviera una mesa doble para desparramar La Capital dominguera e
instalarme con una lectura serena de todos los acontecimientos publicados,
mientras bebía una soda con hielo y un café en jarrita, pero todos estaban
atestados de gente, personas que pensaban como yo pero se levantaban más
temprano, en eso veo, por el rabillo del ojo la figura de alguien usando
gabardina, inmediatamente llama mi atención y me vuelvo a mirarlo y era él, el
calígrafo, el árabe Balt-Hazar El-Samid, me abrazó y me dijo que lo siguiera,
hoy nos juntamos en Café Virtual, agregó, ya tienen que estar llegando. Y con
el paso que traía continuó calle arriba, hasta que se dio cuenta de que no lo
seguía y me gritó, ¡vamos, que perdemos el ingreso!
Nunca supe muy bien
por qué me resultaba tan difícil negarme a las intervenciones del calígrafo, en
mi cabeza sentía que debía detenerme y detenerlo, no dar un paso más hasta que
me explicara muy bien de qué me estaba hablando, sin embargo corrí detrás de él
como si fuese una orden superior.
¿A dónde vamos? Le
pregunté.
-Quedate tranquilo, es
acá en el barrio, pero no hay que joder con el horario –me dijo como única
respuesta y siguió a paso vivo.
En un momento me
detuve contra una pared y le grité ¡No doy más! ¿Qué hacés vos con gabardina?
Sacó una petaca del bolsillo interno del abrigo y me dio a beber diciéndome,
tomá un trago de esto y hacete hombre. Ni siquiera le pregunté qué me estaba
dando, me la puse en la boca y la empiné, me quemó desde la lengua hasta el
duodeno, se me llenaron los ojos de lágrimas por el ardor, pero la verdad es
que se me fue por completo la sensación de agobio. Seguimos caminando hasta que
en un momento me dijo, ¡Acá vamos! Si mal no recuerdo estábamos sobre calle
Francia, me tomó por los hombros y fue como una ráfaga huracanada a alta
velocidad que invadía la esquina y todo me dio vueltas, me mareé y creo que
perdí el equilibrio, quise gritar pero no me dio el tiempo, abrí la boca pero
el viento que me daba en la cara era tan fuerte que no pude articular palabra,
en ese segundo nos encontramos los dos en un pub y nuestro amigos llamándonos
de una mesa al fondo.
Me senté junto a Nora,
que siempre me pareció la más coherente de todos, me miró y me inquirió ¿Vos
estás bien? Qué sé yo, le dije, no entiendo cómo llegué acá ni dónde estoy. No
hay nada que entender, me respondió Norita, es Echesortu. ¿Nadie te habló de
Café Virtual? Hace años que funciona, es un VIP barrial, si no pertenecés no
entrás, y nunca llegás solo, siempre de la mano de alguien, a mí me trajo hace
mucho la señora Carlota, y yo lo traje a Balt-Hazar. No funciona siempre en el
mismo lugar. Se ingresa a través de un vórtice que tiene que ver con los
vientos permanentes de Mendoza y Alsina, que es como un puente entre nuestro
mundo y uno paralelo por donde van y vienen los ángeles que rescatan almas del
geriátrico, que después convierten en ángeles. No se abre siempre, es solo una
vez al mes, y es como una especie de happy hour barrial ¿Te quedó claro?
La verdad es que no me
había quedado nada claro. El lugar era hermoso, con un ambiente alegre, los
pisos crujían y había poco espacio, pero todos los asistentes estaban felices,
podía tomarse una cerveza o vinos, agua mineral o gaseosas, no importaba,
cualquier cosa, incluso té o café. Todos se saludaban o charlaban entre todos,
el lugar en sí emanaba un auténtico encanto, había música y las mozas llevaban
y traían bandejas repletas de bebidas que nadie pagaba. ¿Quién es el dueño de
esto? Le pregunté a Nora. A nadie le importa, fue la respuesta. ¿Qué ganás
teniendo ese dato? La vida no se prepara, no es una receta, no necesitás anotar
ingredientes como si la ausencia de alguno de ellos te impidiera vivir.
Disfrutá lo que te toca. Estuviste años perdiéndote esta maravilla por no estar
preparado para ser invitado y ahora que estás acá te preocupa quién es el dueño
¿si te hubieras comprado un billete de lotería y ganás, serías capaz de
plantear a quién se le ocurrió que vos te llevaras el premio?
Esa noche nos
divertimos con mis amigos como locos. Contamos anécdotas y nos reímos de
nosotros mismos con recuerdo de nuestros años pasados, y bebimos cerveza en
cantidades navegables. Jamás la había pasado tan bien.
No se les ocurra
preguntarme cómo salí de allí. Desperté en mi cama con una resaca infernal, me
ardía el estómago, sentía deseos de vomitar, me dolía la cabeza, pero a partir
de esa noche esperaba ansioso, cada mes, enterarme del día de apertura del Café
Virtual.
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