VESTIGIOS
Vestigios.
Siempre quedan vestigios: los pliegues de la cama, algún papelito escrito con
letra despareja, un dibujo tal vez.
Cada
partida es un desgarro. Allá o acá. Sea quien sea el que viaje o el que se
quede. A veces los vestigios a los que me refiero son impalpables, pero son.
El
recuerdo de su voz, su risa, sus juegos, sus preguntas y conjeturas; y hasta
sus enojos. Y todos están en mí; no puedo guardarlos en un cajón o en la valija
porque me encuentro impregnado de ellos y me invaden.
Eso
es amor.
Y
desde el amor escribo; y escribo para quienes amo.
No
hace falta que dé nombres porque ellos también me poseen y lo saben; como saben
que si fuese el dueño del mundo se los regalaría con gusto. Lo pondría en sus
manos y no reclamaría para mí ni un centímetro de tierra ni un mililitro de
mar.
¿Los
extraño? ¡Horrores!
¿Los
amo? ¡Con todo mi ser!
Seguro
que mi espíritu luchará por tratar de reponerse; como seguro es también que con
mi voluntad lo lograré.
Lo
vengo haciendo así una y mil veces desde hace muchos años; como en mi corazón
arde, desde hace muchos años, el deseo de la completud.
“Tenerlo
todo no es tenerlo todo junto”, y lo tengo todo: el amor de la mujer que amo y
las cinco estrellas más lindas que brillan en mi cielo personal.
Tal
vez será por eso que nunca me siento lejos; porque a lo mejor el círculo se
cierra en mí y así se completa el ciclo.
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