martes, 15 de marzo de 2016



VESTIGIOS

Vestigios. Siempre quedan vestigios: los pliegues de la cama, algún papelito escrito con letra despareja, un dibujo tal vez.

Cada partida es un desgarro. Allá o acá. Sea quien sea el que viaje o el que se quede. A veces los vestigios a los que me refiero son impalpables, pero son.

El recuerdo de su voz, su risa, sus juegos, sus preguntas y conjeturas; y hasta sus enojos. Y todos están en mí; no puedo guardarlos en un cajón o en la valija porque me encuentro impregnado de ellos y me invaden.

Eso es amor.

Y desde el amor escribo; y escribo para quienes amo.

No hace falta que dé nombres porque ellos también me poseen y lo saben; como saben que si fuese el dueño del mundo se los regalaría con gusto. Lo pondría en sus manos y no reclamaría para mí ni un centímetro de tierra ni un mililitro de mar.

¿Los extraño? ¡Horrores!

¿Los amo? ¡Con todo mi ser!

Seguro que mi espíritu luchará por tratar de reponerse; como seguro es también que con mi voluntad lo lograré.

Lo vengo haciendo así una y mil veces desde hace muchos años; como en mi corazón arde, desde hace muchos años, el deseo de la completud.

“Tenerlo todo no es tenerlo todo junto”, y lo tengo todo: el amor de la mujer que amo y las cinco estrellas más lindas que brillan en mi cielo personal.

Tal vez será por eso que nunca me siento lejos; porque a lo mejor el círculo se cierra en mí y así se completa el ciclo.

                         Aunque mi perfil más imperfectamente humano no me permita verlo y por eso me aferre con tanta fuerza a los recuerdos, esos pequeños rastros que siempre quedan, como vestigios, hermosos y melancólicos vestigios.-

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